10/11/12

BIENVENIDOS A LA SARDINA DEL MISTERIO


Pobre Mariló Montero. Ahora sí que tiene un problema: ¡el caballero andante Íker Jiménez ha salido en su defensa! Mariló metió la pata al plantear sus dudas “científicas” respecto a si se trasplanta el alma cuando se trasplanta un órgano. Como diría Forrest Gump, es tonta porque dice tonterías, vale, pero no se merece esto. Hubiera sido menos dañino para su carrera que la defendiera, qué sé yo, Fernando Sánchez Dragó o incluso Hermann Tertsch, que ya es decir; pero esta maniobra oportunista de Jiménez es un golpe bajo que puede hundirla para siempre.

Pobrina Mariló. Llevaba unas semanas tachando en el calendario cada día que pasaba a la espera de que olvidáramos su error. Corría el tiempo a su favor igual que corrió cuando tuvo aquel “desencuentro” con Anne Igartiburu (otra buena). Ya se las prometía muy felices cuando el domingo pasado el caballero de la triste impostura desenterró el asunto diciendo que le llamaba la atención que las declaraciones de la presentadora de “La mañana de La 1” hubieran producido una reacción tan unánime. Prometía, además, que el próximo domingo iba a seguir escarbando en la porquería invitando “a médicos que están en contra y médicos que están a favor para tratar este asunto”. Como si un médico tuviera algo “científico” que decir sobre la epigenética del alma en la reencarnación o sobre el lamarckismo del espíritu en la transmisión del pecado original desde Adán hasta hoy.

Pobritina Mariló. El daño que le hacía la reacción unánime no es nada comparada al peligro que supone el apoyo de un caballero empeñado en pilotar una nave inmóvil (ese es el misterio de la nave del misterio: ¿por qué llama nave a un plató que ni flota ni vuela?). Mariló merece ser corregida porque es una persona que debe ser tratada con respeto. No merece ser tratada con condescendencia por alguien con reconocida afición a las chifladuras. Los trasplantes salvan vidas. Tal vez por eso no haya que perdonar a Mariló por lo que dijo. Pero una cosa es eso y otra el ensañamiento dañino y cruel de quien quiere arrimar el ascua a su sardina del misterio.

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