Pobre Mariló Montero.
Ahora sí que tiene un problema: ¡el caballero andante Íker Jiménez ha salido en su defensa! Mariló metió la pata al
plantear sus dudas “científicas” respecto a si se trasplanta el alma cuando se
trasplanta un órgano. Como diría Forrest
Gump, es tonta porque dice tonterías, vale, pero no se merece esto. Hubiera
sido menos dañino para su carrera que la defendiera, qué sé yo, Fernando Sánchez Dragó o incluso Hermann Tertsch, que ya es decir; pero
esta maniobra oportunista de Jiménez es un golpe bajo que puede hundirla para
siempre.
Pobrina Mariló. Llevaba unas semanas tachando en el
calendario cada día que pasaba a la espera de que olvidáramos su error. Corría
el tiempo a su favor igual que corrió cuando tuvo aquel “desencuentro” con Anne Igartiburu (otra buena). Ya se las
prometía muy felices cuando el domingo pasado el caballero de la triste
impostura desenterró el asunto diciendo que le llamaba la atención que las
declaraciones de la presentadora de “La mañana de La 1” hubieran producido una
reacción tan unánime. Prometía, además, que el próximo domingo iba a seguir
escarbando en la porquería invitando “a
médicos que están en contra y médicos que están a favor para tratar este
asunto”. Como si un médico tuviera algo “científico” que decir sobre la
epigenética del alma en la reencarnación o sobre el lamarckismo del espíritu en
la transmisión del pecado original desde Adán
hasta hoy.
Pobritina Mariló. El daño que le hacía la reacción unánime
no es nada comparada al peligro que supone el apoyo de un caballero empeñado en
pilotar una nave inmóvil (ese es el misterio de la nave del misterio: ¿por qué
llama nave a un plató que ni flota ni vuela?). Mariló merece ser corregida
porque es una persona que debe ser tratada con respeto. No merece ser tratada
con condescendencia por alguien con reconocida afición a las chifladuras. Los
trasplantes salvan vidas. Tal vez por eso no haya que perdonar a Mariló por lo
que dijo. Pero una cosa es eso y otra el ensañamiento dañino y cruel de quien
quiere arrimar el ascua a su sardina del misterio.
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