Ser cotilla es fácil. Enciendes la tele y te metes a
revolcarte en el primer lodazal que encuentres. Qué felicidad. Lo malo es ser un
cotilla de pico fino, un chismoso sibarita, un entrometido que no se conforma
con cualquier cotilleo sino que prefiere los bocados escogidos a los atracones.
Esa es mi desgracia.
Lo que me extraña es que no haya programas de televisión que
traten de los asuntos de los que a mí me gusta chismorrear porque. Seguro que
tendrían éxito. Y yo sería feliz. Se trataría de que contaran todos los
detalles de la relación económica y laboral que existe entre los profesionales
del cotilleo y los empresarios e inversores que se benefician de este gran
negocio. Anda que no molaría. Nombres y apellidos de presentadores,
contertulios, colaboradores, famosos colaboracionistas, inversores y jefazos: listado
completo con el desglose detallado de todo lo que ganan, de lo que acceden a
hacer y por cuánto, de las prebendas que disfrutan, de los chanchullos y manejos
de una industria poderosa e influyente que abastece un mercado que se infiltra
por todos los canales de televisión, que todo lo deja pegajoso, que todo lo contamina.
Los cotillas al por mayor andan estos días metiéndose una
sobredosis de chismes sobre las declaraciones de Julián Muñoz e Isabel
Pantoja ante un tribunal por blanqueo de capitales. Pues no hay ni un
cotilleo sobre lo que ganaron él y ella concediendo entrevistas o en
connivencia con ciertos programas de televisión. Y mira que todos los que viven
de esta industria disponen de datos de primera mano. Y mira que la Pantoja se lo puso fácil
para que sumaran dos y dos hablando en la Audiencia del dinero en metálico que tenía en
casa y de que ganaba mucho con las exclusivas. Y mira que hubo programas
sonados entrevistando al Cachuli y a la Cachula
en la tele, concretamente en Telecinco. Pero nada: se ve que los cotillas
profesionales creen que hay cotilleos que no debemos cotillear.
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