Creemos estar protegidos y no lo estamos. Pensamos que
nuestra sociedad hipertecnológica nos garantiza una vida sin sobresaltos y no
es así. Hay ejemplos. El cielo ya no se va a caer sobre nuestras cabezas, pero
un avión de Ryanair puede hacer en ellas un aterrizaje de emergencia. Una plebeya
y vulgar mortal puede protagonizar la versión real y cañí de “Pretty woman”,
pero luego en los telediarios tenemos que aguantar que aprovechan cualquier
ocasión para divinizarla, incluida la feliz ocasión en que se corona como
cuarentona. O podemos encontrarnos con que, estando en un frío y aséptico hospital
acompañando a un familiar enfermo, el compañero de habitación echa una moneda
al televisor del cuarto y se pone a ver tranquilamente porno en abierto: justo
lo que me pasó el sábado por la tarde.
Intentaba leer mientras vigilaba una siesta ya demasiado
larga cuando el acompañante de la cama vecina puso Telecinco con toda la
tranquilidad del mundo. No preguntó. Ni siquiera cambió de canal al ver que la
orgía sobona de “Qué tiempo tan feliz” inundaba la habitación. Un montón de
gente se sentaba en esa postura provocativa de corro alrededor de un invitado
que tiene que atenderlos a todos. Pobre Mª
José Cantudo. Pobre de mí. Dios mío, qué vergüenza, ¿y si entraba alguien en la
habitación y nos pillaba viendo a Terelu
cantando “Pichi, es el chulo que castiga”? Los enfermos roncaban, pero no lo
bastante. Mi vecino comía pipas con tan mala educación que apenas hacía ruido. Así
que las conversaciones obscenas se entendían perfectamente. Daba igual no mirar.
No podía evitar ser consciente del impúdico trabajito que le estaba haciendo Teresa Campos a Jesús Vázquez para promocionar su nuevo programa. Qué bochorno.
El acompañante de al lado salió a fumar y me dejó la tele
encendida. Dios mío, qué hago. Entró una enfermera tomar la temperatura a los
enfermos. Un primer plano de Torito
ocupaba toda la pantalla sin dejar nada a la imaginación. Me puse colorado y
fingí estar absorto leyendo.
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