Qué bonito es leer que en un lugar de la Mancha, de cuyo
nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Es precioso
leer eso y todas las aventuras que vienen a continuación, pero hay que
interrumpir la lectura cada dos por tres para entender un montón de palabras
que ya no manejamos como se hacía en tiempos de Cervantes. Así que las notas a pie de página nos van explicando que
un astillero es una percha en la que se ponían las lanzas en un sitio visible
de la casa, detalle que junto al del escudo -“adarga antigua”- indican la
hidalguía de D. Quijote que conservaba
las armas de sus antepasados.
Pues que vaya preparando el hispanista Francisco Rico un dossier así de gordo que explique cómo el idioma sigue
cambiando alejándose del manejado por el Fénix de los ingenios. Un dossier que
permita a los cervantistas del futuro explicar, por ejemplo, aquel pasaje en el
que don Quijote decía
a voces: “¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de
valer tu cimitarra!”. “Malandrín” es una palabra que ya apenas se usa y más
desde que en “La hora chanante” cantaron aquello de “Hijo de puta, hay que
decirlo más”, pero lo de decir “follón” en el sentido de vano, arrogante, cobarde
y de ruin proceder, pronto no habrá quien lo entienda. La culpa la tiene “Salvados”
(noche del domingo en laSexta), que programa a programa se confirma como lo
mejorcito de la televisión actual.
Anteayer Jordi Évole
estrenó nueva temporada. Tras ver su acercamiento a la participación política
en España y el contraste con el modelo suizo, y sus entrevistas a Francisco Álvarez Cascos y Julio Anguita nos quedó claro una vez
más que si lo que hace “El Follonero”
son follones, sin duda un follón ha de ser algo estupendo y no se entiende que nadie
pueda usar este término con ánimo de insultar a nadie. Por muy Príncipe de las
letras española que se sea.
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