A los romanos de Antena 3 les iban mucho mejor las cosas en
“Hispania” que ahora en “Imperium”. Algo desconcertante si esto se debe al
cambio de personajes porque la sola desaparición de Juan José Ballesta en el papel de Paulo (Paulo, Paulo, ¿por qué nos
perseguías?) ya supone una mejoría en la plantilla de actores
independientemente de quiénes sean todos los demás. Y más desconcertante aún si
el motivo no es el cambio de algunos personajes sino el traslado de escenario a
Roma. Pero esa es, me temo, la explicación.
Partamos de una anécdota para llegar a la categoría. Cuando
este verano la presentadora de “Conexión Asturias” (la versión asturiana del
desaparecido “España directo”, tristemente desaparecido si lo comparamos con el
cargante “+ Gente” que lo sustituye ahora) dio paso a un corresponsal, dijo
“Vaya, veo que te pasaste al enemigo”. Lo que había hecho el corresponsal, que
se encontraba en una de esas fiestas en las que se recrea una batalla entre los
romanos y los pueblos indígenas, fue “cambiar de bando” al ir a entrevistar a
los romanos. Una anécdota que nos avisa de que somos unos románticos ingenuos
convencidos de que somos descendientes de los indígenas y que los romanos son
nuestros enemigos, que creemos que Viriato
era el jefe de los nuestros contra los otros, el antepasado de Curro Jiménez cuando la invasora fue
Roma.
Y no. Nosotros somos los romanos. “Imperium” no es un spin-off que nos cuenta (mejor o peor)
qué fue de los enemigos cuando nos derrotaron y volvieron a la capital de su
país, sino qué fue de nosotros en la capital del imperio del que formábamos
parte y sobre cuyas ruinas construimos nuestro mundo, nuestros caminos,
nuestras palabras, nuestras vidas. Así son las cosas: el noroeste de la Galia
hoy no está habitado por los descendientes de Axtérix y Obélix, sino
de los romanos de los campamentos de Babaórum, Acuárium, Láudanum y Petibónum.
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