La vergüenza es una emoción básica de nuestro psiquismo. De hecho, la vergüenza es la única de las emociones elementales de presencia exclusiva en la especie humana, -como mucho también aparece en algún primate superior-. Se trata de una suerte de turbación particularmente desagradable que sentimos con mayor o menor intensidad cuando nos exponemos a la mirada enjuiciadora de los demás. Se suele acompañar de rubor facial y de aumento de la tasa cardíaca. La vergüenza regula el comportamiento allá donde no pueden llegar las leyes, -si soy descubierto robando un coche, la ley me aplicará consecuencias que reducirán la probabilidad de que eso vuelva a pasar; si soy descubierto orinando entre dos coches la vergüenza me alterará de forma displacentera con la misma finalidad-. El estilo concreto en como cada uno de nosotros practicamos nuestra vergüenza se aprende según las experiencias vividas en la primera infancia. Algunas personas son extremadamente vergonzosas, lo que les puede hacer llevar una vida innecesariamente atormentada. Otras personas carecen por completo de vergüenza, no se sienten turbados cuando se exponen delante de los demás tras cometer fechorías, lo que aumenta mucho la probabilidad de que las cometan. Suele ser la sociedad la que sufre la psicopatía de las personas sin vergüenza.
RTVE ha sido tomada por personas sin vergüenza. Sólo apelando a una total falta de turbación ante la exposición social de la vileza de los propios actos se explica el cese de excelentes profesionales como Fran Llorente, Alicia G. Montano, Xabier Fortes, y, anteayer, Ana Pastor. Lo mismo se puede aplicar a los ceses de Lucas y Garrido en la radio pública. No se trata de ser de derechas o de izquierdas, sino de carecer de una emoción elemental cuyo fino ajuste suele ser una nota identificativa de los grandes profesionales. Despiden a Ana Pastor y no se ruborizan. Se saben despreciados por la profesión periodística y no se altera su tasa cardíaca.
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