Los viejos tebeos de “Hazañas bélicas” eran realistas, en la medida en que un tebeo puede mostrar el horror de la guerra, y muy emocionantes. Los primeros minutos de “Salvar al soldado Ryan” son realistas, en la media en que una película puede mostrar el espanto bélico, y muy emocionantes. El documental “Hiroshima tras la bomba” (Canal National Geographic) es realista y emocionante. Punto.
Hiroshima, 6 de agosto de 1945, ocho y cuarto de la mañana. En menos de diez segundos, la bomba atómica “Little Boy” arrasa la ciudad. Miles de muertos. Los supervivientes de aquél horror dicen que, de repente, todo se volvió blanco. Los tripulantes del B-29 “Enola Gay” hicieron bien su trabajo. El presidente Truman consiguió, después de que una segunda bomba atómica fulminara Nagasaki, la rendición del Imperio del Japón. A falta de un dios, la historia le juzgará. Pero “Hiroshima tras la bomba” deja de lado a Truman y a los científicos que construyeron la bomba atómica y se concentra en los testimonios de los supervivientes y, sobre todo, en las terribles consecuencias provocadas por “Little Boy”. Tras el fin de la guerra, por orden de Truman, un equipo de investigadores llegó a Hiroshima para estudiar sobre el terreno los efectos de la bomba atómica y elaborar un informe. Un informe. Los analistas hicieron un informe lleno de cifras, datos, mediciones, fotografías. El objetivo era conocer el alcance de la nueva bomba. Las víctimas se convirtieron en números, los heridos en objetos de estudio, y las ruinas de Hiroshima en un laboratorio. En el momento de la muerte es cuando se ve el fondo del puchero, decía Montaigne. En ese momento somos los que somos, ni más ni menos. En el momento de Hiroshima, que es el momento de la muerte, los vencedores hacían informes. Esos informes no se convirtieron en un argumento para la paz, como pretendía uno de los investigadores, sino en la radiografía del ensayo general de una forma de entender el mundo, la política, la historia y la guerra.
La ciudad en ruinas y sólo se les ocurrió hacer un informe. El fondo del puchero en Hiroshima da ganas de llorar.
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