Usted puede hacer dos cosas. En primer lugar, puede cursar durante un par de años un máster en “Impacto de las nuevas tecnologías sobre las estructuras sociales”, además de ver unas doscientas horas de documentales sobre el mundo actual, leer vorazmente la obra completa de Eva Illouz y otros diez grandes estudiosos de la intimidad moderna, vivir dos años en Londres y asistir a todos los congresos que durante esta década traten sobre televisión, redes sociales, nueva política e individualismo. Y en segundo lugar, puede usted ver hoy en Cuatro a las 22:30 el primer capítulo de “Black mirror”. Ambas opciones son semejantes en cuanto a sus resultados. En “Black mirror” se practica tanta psicología, sociología, teoría de la comunicación y politología moderna como la que se recita en todos los elementos de la primera opción.
La temporada pasada Charlie Brooker creó para el canal público británico Channel 4 una miniserie con tres historias completamente independientes de ¿ciencia-ficción?, a la que llamó “Black mirror”. Trata sobre el lado podrido, los pozos negros de las nuevas tecnologías, y suponen tres cañonazos, -el primero mucho mejor que los otros dos-, tres sirenas de alarma resonando sobre el mundo rico, que convierten a los jinetes del Apocalipsis en moscas de verano. Ya pudimos ver “Black mirror” en España en la televisión de pago, pero su llegada hoy a la televisión generalista en abierto es una ocasión magnífica para que todos, especialmente aquéllos que no son nativos digitales ni están en la vanguardia de la tecnología, nos hagamos media idea sobre lo que ocurre bajo nuestros pies mientras comemos palomitas viendo “Prometheus”.
Hoy Cuatro nos ofrece el mejor documental, el mejor programa de debate, el mejor informativo que se puede ver en el Primer Mundo durante 2012. Es un capítulo de una serie de ficción. Pero tiene menos ficción que la mayoría de los documentales, los programas de debate y los informativos que solemos ver.
1 comentario:
Sí que estuvo bastante interesante, sí. Pero conste que para la primera historia, la del Primer Ministro, la "suspensión de incredulidad" que nos exigieron estuvo bordeando lo admisible. Tomándoselo como ficción-ficción, como cuento-cuento... bueno, vale.
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