23/8/12

AND NO RELIGION TOO



La televisión es como el cerebro de los mamíferos. Y el cerebro de los mamíferos es como una extraña máquina en donde cada actualización, cada pieza nueva se añadiera a los prototipos viejos sin reemplazarlos. Como si el teléfono móvil que usted lleva tuviera en su interior un teléfono móvil de 1990. Como si su coche se hubiera construido alrededor de los coches de 1910 que vemos en los cortos de Chaplin. Usted, lector cuya mamifericidad supongo, está dotado de un cerebro con unas capas superiores llamativamente desarrolladas, propias del primate superior que es; pero dentro de ellas se encuentran estructuras que caracterizan a los mamíferos menos evolucionados; y debajo de éstas se halla el cerebro reptiliano, arcaico y reactivo como un abertzale. Todos llevamos un reptil dentro, no sólo el doctor Curt Connors, -coño, el entrañable Lagarto, archienemigo de Spiderman, tan mal retratado en la última y fallida película de la saga-.

Pues con la tele pasa lo mismo. El evento más evolucionado de la historia de la televisión tuvo lugar fugazmente durante la Ceremonia de Clausura de estos JJ.OO. cuando el planeta entero coreó el “Imagine” de John Lennon. Contuve la respiración a medida que se acercaba el verso en el que se defiende un mundo sin religiones, seguro de que iban a cortar el clip antes de ese momento. Confieso que me emocioné al escuchar el “and no religion too” y sentí un leve orgullo de mi condición de occidental que rápidamente ahogué con cinismo. Jamás en la historia de los medios de comunicación se había difundido tan potentemente una opinión atea. Pero a los pocos días volví a encontrarme con las capas más primitivas del cerebro televisivo: el “Espejo Público” del verano cubre ampliamente la muerte de una mujer trastornada que aseguraba ver a la Virgen en El Escorial; La Siete emite, emite y vuelve a emitir “Más allá de la vida”, epítome de la basura supersticiosa televisiva. El neocórtex y el cerebro reptiliano controlando simultáneamente el sistema nervioso de la TDT. ¿También en la tele hay neuronas espejo, Punset?

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