Mientras se cepillaba los dientes Jordi González se quedó ausente durante unos segundos mirándose en el espejo. Había sido una jornada de mucho trabajo y debía dormir bien porque al día siguiente le esperaba otra dura sesión de grabaciones. Escupió. Y al incorporarse se fijó en que justo desde ese punto de vista se reflejaba, a través de la puerta abierta del baño, una esquina de la alfombra del salón. Cada día le gustaba menos esa alfombra. De hecho, nunca le había llegado a gustar del todo. Durante su último viaje a Nueva York había visto la alfombra perfecta. Tenía unos marrones perfectos. El marrón exacto que a él le gustaba. Es curioso, era la segunda vez que en pocas horas recordaba aquel color. Al comienzo de la tarde habían estado grabando un “Más allá de la vida”. Anne Germain usaba sus trucos habituales para hacer creer a unos padres que hablaba con un hijo pequeño de ellos que había muerto de cáncer hacía cinco años. Aquellos padres lloraban sin parar. “Veo un ser pequeño que os sonríe desde un mundo espiritual”. “Fuiste el mejor padre del mundo y mi mejor amigo”. Y, de pronto, detrás de los padres, en la tercera fila, una mujer llevaba una blusa con la misma gama de marrones de la alfombra que vio en Nueva York. De hecho, casi se despistó al traducir la frase “el niño se fue rápido y no sufrió” por lo mucho que se estaba fijando en la mujer de la tercera fila. Lo disimuló bien. Últimamente notaba algún problema de concentración en el trabajo. Escupió.
Se metió en la cama. Esa almohada era verdaderamente cómoda. Le gustaba el sabor que le dejaba en la boca esa pasta de dientes. A Anne Germain le huele el aliento. Aquellos padres lloraban sin parar. La madre se preguntaba con la voz estrangulada si no habría sido posible hacer algo más para salvar la vida de su hijo. Esa mujer de la tercera fila. El color marrón de la blusa de la mujer de la tercera fila. Mañana tenía que hablar con Maica, que lo controla todo sobre las compras en Nueva York. Se quedó plácidamente dormido.
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