Hay polémicas que se ahogan en un vaso de agua. Como la que
surgió hace unos días cuando puso el grito en el cielo una asociación de esas
que vigila todo lo que se menea porque está convencida de que sin su tutela la
civilización occidental se hundiría, el mundo se acabaría y los cuatro jinetes
del Apocalipsis pisotearían el sembrado.
Hará un mes que la Federación de Asociaciones de
Consumidores y Usuarios de los Medios de España denunció que la reforma de la
Ley General de Comunicación Audiovisual que acababa de hacer el Gobierno,
suprimía la prohibición de emitir violencia gratuita y pornografía en la tele
que llevaba vigente desde hacía un par de años. O sea, que según estos
vigilantes de la plaza corríamos el peligro de que por las noches uno pusiera
la tele y se encontrara con violencia gratuita, o sea, una matanza
injustificada en lugar de una de las matanzas justificadas a las que estamos
acostumbrados y que tanto reconfortan. O, peor, con pornografía, un mal
absoluto que a diferencia de la violencia no admite distingos entre la que es
gratuita y la que es justificada.
Afortunadamente nuestros legisladores han escuchado a estos
vigías de occidente y pronto aprobarán una piadosa contrarreforma a la ominosa reforma
de la ley audiovisual que ya no contendrá esas peligrosas fisuras por las que
podría haberse colado el fin del mundo. Los federados de esa Federación
quedarán tranquilos, pero no deberían: como la pornografía, la violencia
gratuita podrá seguir emitiéndose en canales de pago. Por un lado, ¿es bueno el
mal si es pagando? Por otro, ¿qué es eso de violencia gratuita de pago? ¿No se
dan cuenta del problema lógico que genera que algo sea gratuito y de pago a la
vez? ¡Ay, que ya retumban los golpes de los cascos de las patas de los caballos
de los jinetes del Apocalipsis!
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