El director de cine Alfred
Hitchcock era un tío listo que manejaba las palabras con la precisión con
que usaba la cámara, pero no siempre acertaba en lo que decía: “Nunca dije que los actores fueran ganado.
Lo que declaré es que deberían ser tratados como ganado”. Hombre,
don Alfredo, tratar a los actores como ganado es sin duda un eficaz modo de
desmitificarlos, pero tal vez bastaría con que tratáramos a los actores como
actores, y, de paso, a los cantantes como cantantes, a los deportistas como
deportistas, a los cocineros como cocineros y como maniquíes a todas esas
maniquíes empeñadas en ser llamadas modelos.
En general, tratando a cada uno como lo que es nos
ahorraríamos muchos problemas. Entonces daría igual que los personajes famosos
(fueran actores, cantantes, deportistas, cocineros o maniquíes) sacaran los
pies del tiesto y soltaran por esa boca todo lo que se les ocurriera: nadie les
prestaría especial atención porque sabríamos que sólo se trataría de su
opinión. Y ya sabemos que la opinión es como el culo: todo el mundo tiene una.
¿Se acuerdan de la serie “Los problemas crecen”? Pues uno de
sus actores, Kirk Cameron, lleva
meses desatado predicando su opinión contra el matrimonio homosexual (“La homosexualidad es antinatural y destruye
las bases de nuestra civilización”. “El matrimonio se definió en el jardín de
Adán y Eva”). Lo que dice no es nada nuevo, todo lo contrario, pero se
amplifica su blablablá porque se trata de un actor famoso. También el de Chuck Norris, cuyas palabras tienen más
peligro que sus peligrosas patadas circulares (anda el tipo escandalizado
porque cree que “la administración
pro-gay de Barak Obama” está “creando unos Boy Scouts pro-gays en
América”). No hagamos caso
a don Alfredo: en vez de tratar a los
actores como ganado debemos tratarlos como lo que son, como actores. Y que,
estando esto claro, opinen todo lo que quieran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario