Hace años que los doctores recomiendan incluir, entre las
rutinas de las mañanas veraniegas, dar un paseo higiénico por La 2 a ver si una vieja entrega de
“Otros pueblos” alegra el ánimo e invita a afrontar el día con confianza y
optimismo. Como cualquiera, hago lo que mandan los doctores cuando me apetece.
Y esto apetece. Pero los domingos uno se encuentra esa retahíla de programas
religiosos que cada cuarto de hora reza por un Dios distinto (lo que, no nos
engañemos, históricamente significó y significa contra los demás dioses). Será
cosa mía, pero me quedo contemplando la pantalla con mirada de antropólogo
despistado.
Viendo todos esos programas tan abiertos, tolerantes y
bienintencionados, me parece que falta algo. ¿Ninguna creencia tiene nada que
decir de lo que creen los vecinos del otro lado del tabique?¿Por qué fomentar
que sistemas de creencias lógicamente incompatibles entre sí convivan en una
falsa armonía que, disculpen pero se dice así, repugna a la razón? ¿No sería
mejor que, igual que un vendedor además de contarte las excelencias de su
producto te señala los defectos que tiene la competencia, en cada programa nos
explicaran detalladamente lo que no nos dicen los programas vecinos en su letra
pequeña, esos detalles que no siempre se confiesan pero que pueden hacernos cambiar
de producto?
Si así fuera, molaría que proliferaran los programas de
proselitismo religioso. Cuantos más, mejor: de más cosas nos íbamos a enterar,
más cláusulas abusivas conoceríamos, más letra pequeña desentrañaríamos. Por
ejemplo, la iglesia de la cienciología quiere ahora disponer de su propio canal
de televisión en EE.UU. Darles 15 minutos en nuestra tele público sería una
locura a no ser que fuera para jugar a este “A que te pillo las creencias” que
se podría completar con un “A que te pillo las consecuencias de tus creencias”.
El gran Luis Pancorbo podría
encargarse de dirigir este gigantesco programa contenedor. Creo, creo. ¿Qué
crees?
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