Ahí está los viernes por la noche para quien quiera verlo:
se llama “Baby Boom”, se emite por laSexta y muestra partos reales. Los partos
y sus circunstancias: el personal médico, la madre, el padre, los abuelos, el
personal sanitario, los preparativos, la espera, los nervios, los contratiempos,
lágrimas, besos y suspiros. Partos cortos y largos. Partos de españoles y de
inmigrantes. Partos tranquilos y con susto. Dicen que la muerte nos iguala a
todos. ¿Nos iguala también el nacimiento?
En la Edad Media ,
para evitar los problemas de reconocimiento y la consiguiente deslegitimación
de los nacimientos reales, la
Corte castellana de los Trastámara (s. XIV) recurrió a una
curiosa ceremonia: la reina debía dar a luz en público. Isabel la Católica
parió a sus hijos ante nobles, caballeros y regidores, cubriendo por pudor su
rostro con un velo. La emperatriz Isabel, esposa de Carlos I, además mandó atenuar las luces de los candelabros de la
estancia. La costumbre fue a menos con los Habsburgo, limitándose los insignes
testigos elegidos para tan fin a permanecer en las salas contiguas. Los
franceses Borbones trajeron con ellos, además de sus genes, sus costumbres
versallescas. Para legitimarse, volvieron a dar máxima importancia al
nacimiento y posterior presentación en la Corte de príncipes e infantes, lo que a su vez
dependía de la legitimidad de los testigos. Hoy nuestra Constitución habla del
pueblo soberano, así que bien podría articularse un sistema tecnológico de
visión a distancia que permitiera al pueblo asistir a los partos reales, eso
sí, con velo de pudor en el rostro de la parturienta y candelabros atenuados. Mira
qué casualidad, la tele podría servir a ese noble fin.
Vale, un “Baby Boom Real” sería humillante, pero el parto
público no es más que una tradición trasnochada afortunadamente perdida que resulta
coherente con una tradición trasnochada que sorprendentemente aún se mantiene.
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