Noticia de alcance: un año más, Jordi Évole no ha sido hostiado. En efecto, el domingo por la noche
laSexta emitió la última entrega de “Salvados” de la temporada y Évole se ha
vuelto a ir de rositas a su casa sin que nadie le parta la cara, le amenace de
muerte o, siquiera, le llame feo feísimo. Faltaba ver esta última entrega para
comprobar que la estrategia televisiva de “El
Follonero” seguía funcionando y le permitía abordar los asuntos más
delicados y hacer las preguntas más incómodas y comprometedoras sin que lo
pagara su integridad física.
Lo sorprendente es que Évole no es un bufón ni un cómico. Sabido
es que a los bufones y a los cómicos se les permite que, desde su locura o
desde su histrionismo y desenfado, digan cualquier barbaridad porque no les va
a pasar nada. ¿Cómo lo hace, entonces, Évole para meterse en camisas de once
varas y salir airoso de un berenjenal tras otros? ¿Es una versión 2.0 de un Sócrates mediático que recorre las
calles, se mete en todos los saraos, interroga a todo el mundo poniendo cara de
no haber roto nunca un plato, compromete con sus preguntas, anima el cotarro y
cuando se marcha nos deja a todos con la impresión de que ha hecho hablar a sus
interlocutores más de lo que tenían previsto y nos ha hecho a todos un poco más
sabios?
Comparar a Évole con Sócrates es excesivo, pero lo más
parecido a aquel “Tábano de Atenas”
que tenemos en la televisión de hoy es “El
Follonero”. Évole ha sobrevivido a un año más sin haber sido hostiado y sus
crecientes índices de audiencia nos hacen suponer que volverá a recorrer el
ágora televisiva la próxima temporada. Esperemos que sea pronto. Sócrates fue
condenado a muerte por Atenas y murió bebiendo cicuta en el 399 antes de
nuestra era. Por muy mal que estén hoy las cosas, algo hemos mejorado en los
últimos siglos.
Esperemos que aguante mucho tiempo. Me parece el programa que más merece la pena seguir; de los pocos que intentan explicar las cosas y se atreven a hacer preguntas incómodas sin necesidad de faltar al respeto.
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