No hay nada en el mundo que no tenga efectos secundarios
porque no hay nada en el mundo que solo produzca un efecto. Por eso sabemos
todos que la homeopatía y los “remedios naturales” mienten cuando dicen que no
provocan efectos secundarios. Tomemos, por ejemplo, el agua a precio de oro con
la que hacen los productos homeopáticos. Si la tomas por su capacidad curativa es
un timo, pero además de conseguir el efecto primario de conseguir que los
homeópatas vivan como reyes, produce el efecto secundario de quitar la sed (lo
que nos lleva a un bonito problema lógico: ¿los homeópatas disuelven falta de
agua infinitesimalmente en agua para curar la deshidratación gracias a que el
agua conserva la memoria de la falta de agua?).
Como el agua, que puede enriquecerte, timarte, hidratarte o
ahogarte, los aplausos también producen efectos variados. En la tele los usan
mucho porque son baratos (no tanto como el agua), pero deberían mirar el
prospecto con atención. Incluyen aplausos porque son decorativos, ambientan,
emocionan, dan vida y calor, pero también pueden volver a la gente gilipollas.
“Mi hijo es mi vida y
lo único que le digo es que se muestre tal como es” aconseja Isabel Pantoja a su hijo. En “Tú sí que
vales”, ‘trabajaba’ mostrándose tal y como es. Cada vez que lo hacía, le
aplaudían. “Yo te vi en televisión la
primera vez que saliste y me flipó. Verte en directo me ha flipao aún más”.
Aplausos. “Bueno a mí no me ha gustao
mucho el vestuario, tío, la verdad, lo veo un poco, yo qué sé, lo veo un poco
pobre”. Aplausos. “Me ha gustao mucho
esa postura que has hecho de… to en… me he sentido como de nuevo en ‘Torrente 4’ porque estaba todo en 3D”.
Aplausos. “No me ha gustao, no me ha
gustao, tío, porque no me ha llenao, no me ha llenao”. Aplausos. “A mí me encantan los caballos, desde
pequeñito siempre me he montado y la verdad es que es impresionante lo que
haces, tío”. Aplausos. “Espérate que
me agarre, mamón”. Aplausos, una inundación de aplausos.
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