El escritor Julio
Verne no llevó la vida monótona y aburrida del filósofo Lolo Kant, que nació, creció, vivió y
murió en Königsberg sin sacar nunca los pies del tiesto en que el destino le
plantó a priori. Verne se pegó algún que otro viaje, pero no llevó la vida de
aventuras que le hubiera gustado. Esto tiene arreglo, pensó don Julio. Y lo
arregló: “Si yo no soy lo que debería
ser, mis personajes serán lo que yo querría ser”. Con ellos viajó al fondo
del mar, dio la vuelta al mundo, visitó el centro de la Tierra y llegó a la Luna.
Hoy Verne está superado. Al parecer, para ser lo que
querríamos ser solo necesitamos salir en la tele y ser famosos. Y si no lo
somos, para eso están los hijos. ¿Para que ellos sean famosos por nosotros? No,
por Dios, dónde quedó esa antigualla. Los hijos están para servirnos de
trampolín que nos permita visitar platós y chupar cámara. Desde la madre Seisdedos de Tamara La Mala ,
pasando por la viperina madre superviviente de Aída La Engreída ,
hasta Toya Casinello, que partiendo
de la nada de “¿Quién quiere casarse con mi hijo?”, y con el solo esfuerzo de
un hijo en una situación humillante, ha llegado a alcanzar las más altas cotas
de miseria al fichar como colaboradora en “Sálvame”.
Dice Vicente Verdú
en “El planeta americano”: “Ahora que
ningún orden social ni político se opone a su modelo, abatido el comunismo,
degenerado el socialismo, queda, sin embargo, algo por vindicar: no llegar a
ser fatalmente una parodia del planeta americano”. Estamos aprendiendo. Divinity
(“hermana” de Telecinco), emitió recientemente un reality norteamericano llamado “Mamá, quiero bailar” en el que varias
madres se hacen famosas presionando a sus hijas, aún niñas, en una academia de
baile para que ganen concursos horteras. A lo más que había llegado Verne fue a
recorrer París subido a un elefante cuando, al revisar la canastilla que debía
usar el personaje de Phileas Fogg en
una representación teatral, el elefante se asustó y salió huyendo.
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