El tiempo tiene su propia inercia. Por eso, iniciar una nueva tradición es tan difícil como acabar con ella. No pesan los kilos, pesan los siglos. Hace mucho que España tiene una tradición que repite cada primavera: la interrupción de las procesiones de Semana Santa por culpa de la lluvia. A las cofradías a las que pilla esta tradición no les hará gracia, pero eso es lo que tienen las tradiciones, que no hay manera de cambiarlas.
No sabemos cómo irán las cosas este año porque hay que esperar hasta el último momento a ver cómo se portan las nubes obligando a dejar los pasos de Semana Santa dentro de los templos. Eso ya lo veremos en la tele. Podemos escoger: en los telediarios cerrando las noticias antes de los deportes, en “El programa de Ana Rosa” entre dos negros reportajes de crónica rosa, en “Callejeros” visitando la Cañada Real, en “Comando actualidad” analizando cómo afecta la crisis a la Semana Santa y en “Más gente” entre una receta y un reportaje sobre el calor que hace cuando hace calor y el frío que hace cuando hace frío. Lo que da pena es pensar que se está impidiendo nacer una tradición que también podía ser muy bonita: la interrupción de las manifestaciones ateas de Semana Santa por culpa de la lluvia.
En efecto, un año más han denegado en Madrid el permiso para realizar una manifestación atea en Semana Santa. Y claro, no va a ser posible que la lluvia interrumpa nada si no permiten durante varios años que se consolide y extienda esta muestra pública de ausencia de fervor popular de la contracontrarreforma atea a la contrarreforma católica a la reforma protestante. La libertad de expresión dará igual a la autoridad, puede que incluso le dé igual dejarnos sin unos estupendos reportajes televisivos sobre descreídos llorosos por no poder manifestarse por culpa del mal tiempo, pero debería pensar que estamos olvidando la importancia del sector turístico ateo en nuestra doliente economía.
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