Hice lo que cualquier crítico televisivo responsable hubiera hecho. Cumplí con mi deber. Enterado de que “Homeland” es la serie más importante del año, de que se ha llevado todos los premios de las ceremonias en las que se conceden premios, y de que todavía no está programada su próxima emisión en nuestro país, cogí el primer vuelo que salía hacia Estados Unidos, una vez allí me zampé de un tirón las doce horas que dura su primera temporada, y regresé a continuación a España comprando otro billete de avión de salida inmediata.
Y desde entonces no puedo dormir. No es por el jetlag. Mejor dicho, no es por el jetlag causado por el viaje sino por el jetlag causado por la serie. “Homeland” es la mejor trama de suspense que jamás he visto. Mezcla una emocionantísima historia de espionaje y terrorismo internacional con unos tipos humanos que te cortan la respiración a pesar de ser totalmente realistas. Hace que “The wire”, “Roma” o “Sherlock” pertenezcan ya a la penúltima generación de series. El guión no tiene ni un poro aunque lo examines con lupa. Con sólo doce episodios, la agente de la CIA Carrie Mathison ya es uno de los personajes más impactantes de la historia de la televisión. Si alguien es capaz de ver los últimos capítulos sin levantarse del sofá y pasear nervioso por la salita con la mirada fija en la pantalla no pertenece a mi especie animal. Pero, con todo, no es más que una historia de gente buena y sencilla que intenta hacer lo correcto en las terribles circunstancias mundiales y personales que les ha tocado vivir.
Mereció la pena el viaje a EE.UU. para ver “Homeland”. Y estaremos atentos cuando la emita aquí FOX o TNT. No lo olviden, “Homeland” te lleva tan lejos en su inteligentísima dirección que a la vuelta te sientes agotado, fuera de lugar, y no consigues concentrarte en los husos, -con “h”-, narrativos de las series normales. Es el jetlag que provocan los viajes intensos a cuyo regreso ya no sabes cuál de los dos lugares, -el de llegada y el de partida-, es tu tierra natal.
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