AVISO PREVIO: Esta columna contine frases que pueden herir la sensibilidad de los mitómanos del cine clásico. Si usted considera un a priori kantiano que figuras como Alfred Hitchcock o Woody Allen son absolutamente perfectas e insuperables en todos y cada uno de sus aspectos, consulte a su médico antes de seguir leyendo la columna.
Veo “Crimen perfecto” en TCM Classics por enésima vez. Vuelvo a quedar fascinado por el pulso rítmico y quirúrgico de la historia inesperada de crímenes y contracrímenes que nos cuenta Hitchcock. La realización es perfecta, los actores irrepetibles, y la historia... eh... la historia podría ser el argumento de un capítulo del montón de “El mentalista”. Veo “Annie Hall” en MGM. Decir que es la enésima vez que la veo es quedarme corto: es una de las películas fundamentales que me formaron como espectador. La veo murmurando los diálogos milisegundos antes de que se oigan en el televisor, buscando algún detalle al fondo de los planos o en los microgestos de Allen y Keaton en el que aún no haya reparado. Termino la película con esa vieja sensación que ya tengo identificada como anniehallalgia, pero la persona que la ha visto conmigo dice “qué bien está, es como un capítulo de ‘Cómo conocí a vuestra madre’, pero en largo”. Y tiene razón. La muy jodida.
Vivimos cayendo por una catarata. Los siglos que siempre duraron cien años duran ahora dieciséis. Los expertos calculan que el próximo ocupará tan sólo unos meses. La ficción televisiva ha experimentado una mejoría tan brutal en los últimos veinte años que se fabrican como churros temporadas de series humorísticas o dramáticas compuestas por veintipico capítulos cuyos guiones habrían dado lugar a veintipico películas míticas en la historia del cine previo a los años 90. “El guateque” entero es peor que algún episodio de “Larry David”. Cada capítulo de “Glee” tiene el nivel de “Funny girl”. Anuncian para hoy “Double indemnity”. No me la pienso perder.
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