Creo que “Barcelona 92. Donde todo empezó” (“Informe Robinson”, Canal+) es la versión olímpica de “¡Qué bello es vivir!”, así que su lugar natural es la Navidad. El final de la gran película de Frank Capra, con James Stewart recibiendo el cariño (y, aunque eso sea secundario, el dinero) de sus amigos y vecinos, es un elixir contra el pesimismo, como la guitarra de Woody Guthrie era una máquina que mataba fascistas o los terremotos son fábricas de ateos. El final de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en el lejano 1992, también supuso un elixir contra el pesimismo de los que estaban convencidos de que la flecha de Antonio Rebollo no encendería el pebetero y, a partir de ahí, todo iría a peor. Barcelona 92 fue una máquina que mató a los cenizos que sostenían que los deportistas olímpicos españoles harían el ridículo, y una fábrica de nuevos deportistas sin complejos que acabarían comiéndose el mundo.
Mi medalla de oro favorita de los Juegos Olímpicos de Barcelona fue la que ganaron aquellas chicas completamente desconocidas en hockey femenino, porque esa medalla de oro fue tan emocionante como ver al sombrío inspector de Hacienda de “¡Qué bello es vivir!” unirse a la causa de James Stewart. Pero uno de los mejores momentos de “Barcelona 92. Donde todo empezó” es la narración de Kiko de su gol a Polonia, que significó otra medalla de oro para España. “¡Pita el final! ¡Pita el final! Sabrá Dios cuándo voy a ganar yo algo, que estoy en el Cádiz”, le decía Kiko al árbitro mexicano. ¿No pedimos también a Capra, cada vez que vemos “¡Qué bello es vivir!”, que pite el final? ¿No somos todos jugadores del Cádiz en este mundo sometido a las reglas de juego dictadas por los mercados? Capra pita el final de su película en el momento adecuado, justo antes de que podamos ver al horrible señor Potter saliéndose con la suya y convirtiendo de una vez a la entrañable Bedford Falls en la fea Potterville.
El capitalismo no está dirigido por tipos como James Stewart, sino por tiparracos que se parecen mucho al señor Potter. Los tiparracos de Standard & Poor´s saben lo que pasa después de que el árbitro pite el final del partido en “¡Qué bello es vivir!”, pero jamás disfrutarán del gol de Kiko en Barcelona 92 ni de la enorme sonrisa de James Stewart. Que se jodan.
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