El viernes, La 1 no emitió el “Telediario” a las tres de la tarde. Tampoco lo emitió a las nueve de la noche. Desde que hay tele aprendimos que el Estado emite los telediarios a su hora como aval de que todo va bien, de que la naturaleza sigue su curso sin sobresaltos. El “Telediario” estará repleto de malas noticias, pero la emisión misma garantiza que el universo sigue su curso. Así que, si los telediarios no están a su hora algo va mal, muy mal. Es como si el faraón no consiguiera que la inundación anual del Nilo o la salida diaria del Sol que dan la vida a Egipto llegaran a tiempo. Es algo peor que una mala cosecha: es el fin de todo porque no habrá cosecha, no habrá pan, no habrá cerveza.
El motivo de la debacle televisiva de anteayer radicó en que unos señores estuvieron jugando al tenis durante horas y no debíamos perdérnoslo, de eso nada. Tiene su razón: es que son los mejores tenistas del mundo jugando el mejor tenis del mundo para ganar el mejor premio del mundo. Una gesta épica, gloriosa, heroica. Y además, como son españoles, allí estaba el rey de España sentado viéndolo. Y los españoles debemos ver cómo los españoles ganamos al tenis y cómo el rey hace su trabajo. ¿Anteayer no hubo telediarios a su hora por hacer la pelota al rey o por ver jugar a la pelota a unos campeones? No lo sé, dejémoslo en que fue cuestión de pelotas.
Se aproximan tiempos duros para la televisión pública. Si hay algo que la justifica y le da sentido es la función informativa y formativa que puede desempeñar. Tenemos la fortuna de tener en nuestra TVE los mejores servicios informativos del país. Los más premiados. Los más reconocidos. Los más seguidos. Unos servicios informativos que, como debe ser, valen lo que cuestan. A lo mejor, el viernes a las tres y a las nueve, La 1 debería haber echado pelotas fuera y pasar la Copa Davis a Teledeporte, que para eso está.
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