Somos telespectadores y no nos queda otra que ser valientes. Y si hay que aguantar una mala noticia, se aguanta. Es como en el médico: si hay que tragarse un medicamento amargo, soportar una inyección o ponerse un supositorio, se traga, se soporta y se pone. Pero lo que hizo esta semana la televisión con la boda de la duquesa de Alba no era necesario. Fue un ensañamiento atroz que causó un daño inmenso sin ningún fin ni justificación, solo por fastidiar.
Viendo acercarse la boda a las televisiones patrias nos armamos de valor y afrontamos el desastre con entereza torera: “Televisión, yo quisiera hablar con usted. La boda va a ser fuerte. Tendrá al menos dos trayectorias, una para acá y otra para allá. Emita usted lo que tenga que emitir, lo demás está en sus manos. Y tranquila, televisión”. Pero la cogida fue peor de lo esperado.
Esquivamos las fieras embestidas de los programas de cotilleos, evitamos las terribles acometidas de los magacines, pero salimos confiados del burladero para ver los telediarios. Crisis bancaria mundial, megarrecesión a la vista, rebaja de la rebaja de las calificaciones de las agencias de descalificación crediticia. Somos curtidos televidentes, estamos preparados para todo. Bueno, para casi todo. Sin avisar, sin sobreimpresionar un cartelito de advertencia, a bocajarro, nos hicieron asistir al baile de sevillana Tai Chi de la consorte que nos acompañará hasta la muerte. ¿Era necesario dar la noticia con ese grado de ensañamiento? ¿Se creen que estamos mejor informados porque por la noche intentamos recordar el rostro tranquilizador de Freddy Krueger para librarnos de la imagen penosa del consorte intentando averiguar hacia qué lado se iba a caer la Grande de España para parar el golpe? ¿Nadie tiene que rendir cuentas por haber lanzado al mundo la imagen más atroz que parió España desde tiempos de Naranjito?
2 comentarios:
Muy buen post, me sorprende que sea el primero que veo tratar el tema.
Escalofriante.
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