Constatemos un hecho: “59 segundos” ya ha cumplido su ciclo. En su día empezó como un formato de debate político rompedor, dinámico, innovador, ágil, fácil de seguir; en definitiva, televisivo. Pero el mundo ya no es el mismo de entonces y nosotros tampoco. No nos queda otra que renovar “59 segundos” si no queremos verlo languidecer hasta morir… y quedarnos otra vez con una televisión pública sin debates políticos, una televisión rendida, hemipléjica, incompleta.
El problema fundamental del programa es que una intervención de 59 segundos se hace eterna. Un orador eficaz es capaz de colocarnos en ese tiempo un rollo tan largo y pesado como este artículo, que ya es decir. Y después de un peñazo así, va otro. Y luego otro. Y otro y otro y otro. Y los segundos del cronómetro parecen no avanzar. Y el dichoso micrófono no termina de esconderse. Nada comparable con lo rompedor, dinámico, innovador, ágil, fácil de seguir y, en definitiva, televisivo, que resultaría hoy un formato inspirado en Twitter.
Si consiguiéramos que “140 caracteres” sustituyera “59 segundos” tendríamos un programa estupendo. Mensajes rápidos, certeros, centelleantes, instantáneos, brillantes, de usar y tirar. Frases cortas sin pesadas oraciones subordinadas. Opiniones sin el lastre de una mínima fundamentación. Tesis lanzadas al viento sin argumentos que los respalden. Píldoras de sabiduría. Afirmaciones gratuitas. El instantáneo pensamiento telegráfico del pensamiento Twitter. Y sin necesidad de un moderador. Un contador de caracteres sobreimpresionado en pantalla es suficiente. Y un micrófono que aparece y desaparece en un suspiro, que acaba de encenderse y ya se está apagando. Velocidad, liviandad, inmediatez, agilidad. Más rápido que su mando a distancia, que su propia sombra, que Lucky Luke. Debates políticos capaces de plantarle cara a “La noria”, de hablar de tú a tú a “Sálvame”, de sobrevivir a un ataque de telebasura con éxito. Menuda mierda.
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