Algunos programas de televisión favorecen el sueño nocturno. Otros lo imposibilitan. Por ejemplo, vi anteayer el arranque de la nueva temporada de “Conexión Samanta” dedicado a los concursos de belleza femenina infantiles y no pude pegar ojo en toda la noche. No soy un fulano con la lágrima fácil, de ésos que se quejan sólo por vicio. Recupero mis niveles normales después de una alteración emocional a una velocidad razonablemente media. He visto documentales de Jon Sistiaga y después me he ido a la cama sin más anomalía que una pequeña demora en el inicio del sueño y un ligero adelanto en el inicio de los sueños. Pero esto fue diferente. Esa niña de siete años que se lima las uñas hasta desgastarlas y colocar uñas postizas con pegamento. Esa emocionadísima madre que, desde el público, realiza el baile de Beyoncé que su hija de ocho años, con el pelo cardado, la cara completamente maquillada y vestido de noche con pedrería, está ejecutando en el escenario. Esos organizadores del evento de conciencia amputada.
El grandísimo Domingo Caballero me recuerda a Fátima Mernissi y su idea de que el Islam extremista encierra a las mujeres en el espacio, -en sus casas familiares o en esas casas ambulantes que llaman “burkas”-, mientras que el Occidente extremista encierra a las mujeres en el tiempo, -en la juventud, en esos años sexualizados e imprecisos tan atractivos para los hombres-. Tanto aquí como allá muchas mujeres aceptan encantadas el encierro, lo promueven activamente, es la parte de la socialización que con mayor primura e ilusión enseñan a sus hijas. Unas se meten bajo un niqab, otras se meten bajo su atractivo sexual e intentan no salir de ahí bajo ningún concepto. Por eso no pegué ojo anoche, igual que no lo hubiera pegado usted ante un documental centrado en un festival al que acuden felices familias venezolanas, portorriqueñas, costarricenses, para subir a un escenario a sus hijas de diez, ocho, ¡cinco años!, y colocarles un hábito que las cubrirá por completo para siempre.
“Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado” escribió el poeta cubano Rubén Martínez Villena.
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