Primero algunas preguntas. ¿Es elegante salir de casa con unas bolsas con papel, envases y vidrio que no conjuntan con la corbata, andar por la calle con ellas a la vista de todo el mundo, cruzar hasta los contenedores de reciclaje más próximos y echar cada material en su lugar? ¿Es refinado cerrar el grifo del lavabo y apagar la luz al salir de un servicio público si no es tu trabajo? ¿Puede un profesor considerar que el ejercicio de un alumno está bien presentado si lo hizo en papel escrito por las dos caras en vez de solo por una, que es más elegante? ¿Está bien vestida una persona que no trabaja con chaqueta y corbata en verano porque cree que no consumir aire acondicionado es más importante que una pasajera convención social originada en condiciones sociales ya superadas diferentes a las actuales? ¿Por qué un macarra y un hortera no va a pisar a fondo el acelerador para no quemar combustible de forma innecesaria si precisamente lo que quiere es demostrar que tiene dinero de sobra para quemarlo yendo a toda hostia por la carretera? ¿Tiene sentido que se le demuestre matemáticamente que el poco tiempo que se gana acelerando durante una hora es menor que el que gasta en escoger corbata, hacerle el nudo, ponérsela, abrochar la chaqueta y después esperar el ascensor en vez de bajar por la escalera veinte peldaños?
Pongámonos en lo peor: Luis Miguel Domínguez no tiene nada que hacer con su miniprograma “Biodiario”. Cada dos por tres nos lo tropezamos por La 2 intentando enseñarnos a vivir de forma más sensata, pero comete el error de presuponer que la peña prefiere ser razonable a hacer lo que le apetece o lo que le sale de las narices porque sí. Anna Grimau también lo intenta en Radio 5: “Haz gestos. Los pequeños gestos son poderosos. Haz gestos para conservar tu planeta vivo”. Viendo lo que se dice en el debate de los 100 o los 90 Km/h, y antes en el de los 110 o los 120, podemos ponernos chulos y responder: ¿Y quién le ha dicho a usted que quiero que me diga a mí cómo comportarme de manera más sensata?
El otro día acompañaba a un niño a tirar una cáscara de plátano a un grupo de contenedores. Había de vidrio, de papel y de envases pero no había de basura orgánica. El niño, de 9 años, pretendía tirar la cáscara de plástico en cualquiera de los tres contenedores, indistintamente, porque, según lo que había oído por ahí, daba igual porque luego lo mezclan todo.
ResponderEliminarConseguí convencerle para que lo tirara en una papelera pero me produjo mucha tristeza ver como un niño tan pequeño ya estaba educado en lo que yo entiendo por "malos hábitos".
Da igual la edad.
Aznares hay muchos.
Triste pero excelente columna, como siempre.