Me fue de mayor utilidad una entretenida peliculita que horas y horas de sesudas reflexiones acerca de la naturaleza humana. Pasé toda la semana aturdido por la polémica entre Víctor Sandoval y Nacho Polo, su permanente presencia en los estercoleros de Telecinco y el reto que todo ello suponía para la defensa del concepto de dignidad humana a comienzos del siglo XXI. Que dos entes de apariencia homínida se pongan a discutir delante de España cuál de los dos no funcionaba en la cama, quién traía a terceras personas para las performances grupales, o el riesgo de amputación que conlleva la picadura de algunas arañas, cuestiona conceptos sólidamente establecidos acerca de la condición humana. Releí a Viktor Frankl. Y nada. Busqué en Kavafis claves que me condujeran por los oscurísimos rodeos que puede tomar el alma humana para pagar extrañas deudas. Y nada. Hasta que me desplomé en el sofá anteayer y pillé casualmente el comienzo de “Men in black” en SyFy. Coño, ahí estaba la respuesta. Qué Frankl, ni Kavafis, ni pijadas. Los extraterrestres están entre nosotros y Sandoval y Polo son dos de ellos. Fin.
Sherlock Holmes lo tenía claro: una vez eliminadas todas las opciones imposibles, la que queda, por muy improbable que sea, ha de ser la verdadera. Como Fermat, he garabateado al margen de esta columna la demostración matemática de que los dos enamorados no pueden poseer una estructura celular basada en las raíces evolutivas que comparte toda la vida de nuestro planeta. Ergo, vienen de fuera. De muy fuera, me atrevo a añadir. Ahora sólo queda probarlo: necesito que Tommy Lee Jones irrumpa en los platós y les dispare con su despresurizador volatilizante de neutrinos pseudoblásticos para que salten por los aires las putas jetas de látex bajo las que se ocultan y veamos su verdadera anatomía invertebrada de blandiblub (¿o blandiglub?) azul mucoso. Entonces todo volverá a tener sentido. Correrán como cucarachas por los pasillos de Telecinco entre agudísimos chillidos. La idea de “hombre” habría superado una nueva prueba.
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