Que llueva, que llueva mucho. Que caiga un diluvio de proporciones bíblicas que convierta la borrasca a la que se enfrentó Noé en una fina llovizna de primavera. A mí es que no se me ocurre otro remedio contra los programas veraniegos de playa, baile y fiestas nocturnas. El verano es maravilloso, todos lo sabemos, pero no hace falta ser Buda para darse cuenta también de que allá donde hay placer hay dolor. El placer son las vacaciones, las horas muertas sobre la arena, el murmullo del mar. El dolor es “Mójate” en Cuatro y “Comer beber amar” en Antena 3. ¿Merece la pena dejar de trabajar un mes y recorrer caminos nuevos llenos de aventuras, llenos de conocimientos, si luego hay que soportar a Rafa Méndez y sus trastornos del desarrollo recorriendo las calles de Marbella en busca de “jóvenes con ritmo”? ¿Estamos dispuestos a ver la bola de fuego del sol sumergiéndose lentamente en el océano si el precio es el regreso a nuestros televisores de Josie y sus aventuras en el mundo de los organismos basados en la biología de la silicona?
Así que tiene que llover, tiene que llover, tiene que lloveeer, tiene que llover a cántaros. Anda que no nos íbamos a reír como resucitados si el cambio climático trajese como efecto secundario una borrasca permanente allá donde se estuviera grabando “Mójate” y “Comer beber amar”. La vida tendría otro sentido si todos esos programas se redujeran a imágenes de Daniela Blume resguardada bajo un toldo chorreante que amenaza con venirse abajo y a los intentos frenéticos de Marbelys por mantener la emoción del espectador mientras dos homo sapiens bailan en trampolines bajo un fortísimo granizo que se acompañara de vientos huracanados. Que sólo lloviera durante los minutos de grabación de estos programas para no fastidiar al resto de veraneantes que no muestran signos de decortización cerebral. Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan y los programas veraniegos se van a freír monas. Que llueva, que llueva mucho.
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