¿Y si Jesús Vázquez en verdad eligió equivocadamente la profesión de presentador televisivo cuando en realidad está malgastando un impresionante talento dramático para la interpretación? ¿Vieron ustedes el pasado lunes, durante la primera entrega del nuevo concurso “Uno para ganar”, la extraordinaria actuación que realizó dando vida a un presentador al que realmente le está interesando el programa que presenta? ¿No fue prodigioso? ¿Al Pacino hubiera sido capaz de fingir con tanta credibilidad una explosión de jubilosa alegría al comprobar que la concursante ha sido capaz de llevar una galleta desde su frente hasta su boca moviendo únicamente los músculos de la jeta? ¿Supera en algo la complejidad emocional que despliega Jack Lemmon en “Días de vino y rosas” a la trascendencia solemne aunque íntima con la que Vázquez describía la épica de la situación mientras a su espalda un concursante intentaba enganchar unas llaves en un clip que colgaba de un hilo que sujetaba con la boca? ¿Paul Newman? ¿Quién es ese pringao? ¿Podría Paul Newman haber presentado un concurso tan malísimamente espantosísimo, -la RAE no permite colocar dos superlativos juntos, pero esa norma se creó antes de la existencia de “Uno para ganar”-, y haber dado la impresión al espectador de que le parece un concurso excelente?
Es posible que Jesús Vázquez sea un magnífico presentador de programas tontitos. Pero es seguro que es un peazo actoraco del que podrían aprender muchas cosas Antonio Banderas o Javier Bardem. Es de elemental justicia crear una nueva categoría en los Premios de la Academia de Televisión del próximo año, -Premio al Presentador que Lleva Toda una Vida Disimulando Mejor la Porquería de Programas que le Toca Presentar-, que, obviamente, ganaría el conductor de “Allá tú”, “La guillotina”, “Guerra de sesos” y, ahora, “Uno para ganar”. Recogería el premio con alegría y agradecimiento. Y seguramente en ese momento no estaría interpretando un papel.
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