26/6/11

COLOMBO EN LA TIERRA PROMETIDA

Vivimos los días más largos del año. Para las civilizaciones agrarias ver el Sol en su punto más alto tenía un profundo significado porque les iba la vida en ello. Hoy, en nuestras vidas de televidentes, el solsticio de verano es solo una curiosidad añadida en el pronóstico del tiempo. Solo nos influye en que marca el inicio de ese periodo del año en el que vemos menos la tele porque salimos más de casa (igual que el solsticio de invierno, en diciembre, inicia el tiempo de más consumo televisivo).

Cuenta la Biblia que cuando el pueblo elegido huido de Egipto llegó a Canaán (Palestina), la tierra prometida, la encontró habitada. Un fastidio que podía resolverse por las armas. Si Moisés podía separar las aguas del mar Rojo, su sucesor, Josué, contaba con la ayuda de Yahvé para detener el Sol y la Luna en el cielo. Disponer así de un día más largo facilitó a los ejércitos del Señor su labor de exterminio de animales, hombres, mujeres, ancianos y niños. Saltando la literalidad de la Biblia, tal vez Josué no detuvo el Sol (lo que obligaría, ay, a aceptar que el Sol gira alrededor de una Tierra inmóvil en el centro del mundo), sino que perpetró el genocidio durante los largos días del solsticio de verano.

Hoy, el día de san Juan, nuestra versión “bautizada” del solsticio de verano, celebra la vida con fiestas y hogueras. Los telediarios se cierran con imágenes de reuniones populares en torno al fuego. Tristemente, llevamos dos años en que la muerte reaparece oscureciendo el festejo. Anteayer, los últimos informativos del día remataron con la noticia de la muerte del teniente Colombo, un tipo despistado al que no se le escapaba una, un peligroso señor inofensivo, un hombre gris genial al que los títulos de crédito se empeñaban en llamar Peter Falk. Con el Sol en lo alto vemos menos la tele, pero si alguna cadena rescatara estos días “Colombo”, deberíamos visitarlo con la emoción de quien pisa la tierra prometida. Solo una cosa más: cuanto más habitada la encontremos, mejor.

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