- A ver, ¿a quién le importa lo que Alaska haga?
- A mí no.
- ¿Y a quién le importa lo que Alaska diga?
- A mí no. Que quede claro: de la misma manera y en la misma proporción que no me importa lo que Alaska haga, no me importa lo que Alaska diga. Y ya había quedado establecido previamente que no me importa lo que Alaska haga, por lo que podemos concluir de modo necesario que no me importa lo que Alaska diga. Es así.
Qué contenta tiene que estar Alaska de que haya calado tan hondo en nosotros aquel mensaje que, asomada al balcón de los años ochenta, lanzó a la ciudad y al mundo. Tanto lo repitió, tan bien lo argumentó, y tan convincente resultó verla bailando (porque se pasaba el día bailando) que quedamos irremisiblemente convencidos de que ella es así, que así seguirá y que nunca cambiará; motivo por el cual no nos importa ni lo que haga ni lo que diga. Y en esas estamos.
Estos días anduvo recorriendo diferentes cadenas como invitada en esos programas de humor y entrevistas que necesitan invitados para poder seguir haciendo humor y entrevistas. Va con Mario Vaquerizo vendiendo “Alaska y Mario”, un reality en el que nos cuentan lo que ambos hacen y lo que ambos dicen. El programa ya se estrenó en MTV esta semana, pero, claro, no puedo decirles nada de él, ni señalarles, apuntarles con el dedo, susurrar a sus espaldas porque me importan un bledo, qué más me da si son distintos, si no son de nadie, no tienen dueño. Así que no los critico, consta que no los odio, la envidia no me corroe, su vida no me agobia. ¿Por qué será?, ellos tienen la culpa, su circunstancia no me insulta. Su destino es el que ellos deciden, el que ellos eligen para sí. ¿A quién le importa lo que ellos hagan, a quién le importa lo que ellos digan? Pues lo dicho, que a mí no. Y me mantendré firme en mis convicciones, reforzaré mis posiciones.
En el programa este no saldrán disfrazos de un bote de colón,¿verdad? jajajaja.
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