La proliferación de canales de televisión exige al espectador una rapidez creciente cambiando de cadena si quiere poder seguir haciendo en el mismo tiempo un barrido por todas las cadenas “a ver qué echan” antes de decidir qué es lo que va a ver. Este fenómeno se produce porque si la duración media de un programa es “n” minutos, y el telespectador llegara a tardar en hacer su “rueda de reconocimiento televisivo” (“m”) el mismo tiempo o más que dura un programa como media (de modo que “n ≥ m”), ocurriría que cuando el espectador terminara su rueda de reconocimiento y fuera a ver el programa elegido, este ya podría haber terminado. Y eso fastidia, claro que fastidia.
Así que, visto el constante aumento de la velocidad de la peña al cambiar de cadena, no nos queda otra que formular la “Ley de Rico”. Esta ley asegura que cada 18 meses se duplica la cantidad de cadenas que puede visitar un espectador haciendo zapping en el mismo tiempo y con el mismo coste energético. En los tiempos en que las teles tenían válvulas de vacío había que levantarse a cambiar de cadena y se tardaba muchísimo. Con el mando a distancia se empezó a ganar velocidad. Con la llegada de las privadas, las temáticas, las autonómicas, las locales, las temáticas y las tedeteras (que no dejan de aumentar) la velocidad aumenta de forma exponencial permitiendo que cada 18 meses se verifique la “Ley de Rico” y el mando a distancia eche humo.
Pero esta ley alcanzará sus límites en unos cinco o diez años debido a que la miniaturización de los circuitos neuronales empezará a producir fenómenos cuánticos en la bomba de sodio y potasio. Se prevé que para entonces se produzcan desajustes y haya espectadores que empiecen a tomarse en serio las monomanías de las cadenas tedeteras de ultraderecha. Y si la informática “Ley de Moore” propone la sustitución de la tecnología del silicio por nuevas tecnologías para poder seguir sobreviviendo, pues la televisiva “Ley de Rico” también. Hala.
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