El determinismo biológico cuenta con el apoyo de los cínicos argumentos de Aristóteles a favor de la esclavitud, los delirantes estudios de Cesare Lombroso sobre el “criminal innato” o los peligrosos estudios nazis sobre la existencia y superioridad de la raza aria. También cuenta con multitud de refranes en los que el pueblo llano condensa siglos de ignorancia en frases rotundas, evidentes y falsas (“El que nace barrigudo, tontería que lo fajen”, “La mujer y la gallina, en la cocina”, “No hay que luchar contra el destino, el que nace lechón muere cochino”).
Ya no defiende el determinismo biológico nadie en sus cabales (a ver, la ultraderecha tedetera puede decir lo que quiera, pero aquí hablamos de gente en sus cabales). De hecho hace mucho que sabemos que la tele es un poderoso agente socializador capaz de influir en la conducta de las personas. Pero, ojo, el supertertuliano Miguel Ángel Rodríguez, martillo de herejes, ha descubierto que esas personas no somos quienes vemos la tele (como creíamos), sino quienes la hacen.
M.A.R., exportavoz del Gobierno del PP y vigía de occidente, se defendió estos días en un juicio diciendo que si llamó nazi y dijo barbaridades del doctor Luis Montes en “59 segundos” y “La noria” la culpa es de la tele: fue solo “una provocación para el debate”, “este tipo de programa es una locura”, “nos piden que seamos vivos, locuaces, agresivos”, “los debates funcionan así (...) nos decimos lindezas”, “seguramente a los programas de televisión deberíamos ir más preparados, pero no es así. Tienes cinco debates a la semana y no te da tiempo”. A ver si lo entendimos bien: quienes hacen teleporquería a tumba abierta son pobres víctimas del sistema, y quienes la vemos somos masocas responsables del desaguisado. “El espectador de este tipo de programas ya sabe lo que va a ver”. Sí, lo entendimos bien: nosotros sabemos lo que vemos y él no sabe lo que dice.
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