Es algo que puede confirmar cualquiera que tenga la santa paciencia de aguantar “Hijos de papá” en Cuatro los viernes por la noche: todos los pijos del mundo, unidos, pueden creerse que son lo más de lo más e incluso parecerlo. Pero con dinero sólo se pueden comprar las cosas que están a la venta y muchas cosas no lo están. No me malinterpreten, no me refiero a aquella vez que Homer Simpson, resentido, soltó una de las suyas: “Tendrá todo el dinero del mundo, pero hay algo que nunca podrá comprar: ¡un dinosaurio!”. Todos los pijos del mundo, unidos, pueden vestirse en las tiendas más caras, divertirse en los locales más elitistas y usar un modelo de móvil ‘superexclusivo’ que sólo tienen ellos. Pero en cuanto abren la boca se retratan y dejan claro lo que hay. Y cómo hablan y qué vocabulario manejan y qué dicen y cómo lo que dicen es algo que no se puede comprar en una tienda cuando van de compras. Porque, para empezar, a eso ellos lo llaman “shopping".
En “Hijos de papá” ya vimos a un pijo decir “me tengo que concientizar”, palabro que pone nervioso hasta al corrector de Word. Otros que, al usar sus manos para trabajar por primera vez en su vida dicen “tener miedo a coger sínfilis”, o se lamentan: “Un trabajo es estar sentado en una oficina y dirigir. Esto es un trabajo de la prehistoria”. Cuando hablan están más cerca de Belén Esteban de lo que se imaginan. ¿Y qué me dicen de la asesora, tutora, consejera, entrenadora, guía, preceptora, monitora e instructora de “Hijos de papá”? Ella considera que nuestro idioma es una birria pasada de moda y va a la última diciendo que ella es “coach”. Y los participantes son “personas que inician un proceso de coaching”. En cuanto abren la boca, queda claro que todos los pijos del mundo, unidos, jamás podrán comprar un dinosaurio.
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