Es la venganza del señor Drundidge. Sabe que todos nos reímos de él cuando tuvo que pagar una factura de 900 dólares porque su hijo Tobías aceptó una llamada a cobro revertido que le hizo Bart Simpson para comprobar si, debido al efecto Coriolis, en el hemisferio sur el agua sale por el desagüe girando en sentido contrario a como lo hace en el hemisferio norte. Ahora es él quien se ríe viendo que miles y miles de ciudadanos de todo el mundo que compraron engañados la pulsera Power Balance se quedan con cara de gilipollas, madre, mientras que en Australia la empresa timadora va a devolver el dinero del engaño a los afectados.
“No es más que una patadita en el culín”, decía el Primer ministro australiano Andy cuando intentaba convencer a Bart para que aceptara que le dieran una patada con una gran bota para zanjar el asunto. Qué razón tenía. Si hubiera sido así, o si al menos Bart hubiera aceptado que le dieran una patada a través de la verja de la embajada calzando mocasines, Australia no habría contraatacado con un koala invasor provisto de un malvado plan para inundar nuestro hemisferio de pulseras ridículas que no mejoran la fuerza ni el equilibrio ni la flexibilidad, pero que te dejan sin 35 euros con una eficacia cien por cien garantizada.
Así nos luce ahora el pelo por culpa de “Los Simpson”. En España, por ejemplo, los timadores de la Power Balance sólo han sido condenados a pagar 15.000 euros que pagan con un puñado de las miles de pulseras que vendieron y siguen vendiendo tan contentos. En Australia, en cambio, la empresa ha sido obligada por el Gobierno a pagar un anuncio en el que reconocen que las pulseritas no tienen ningún efecto sobre la salud, piden disculpas a los timados y abren un plazo de seis meses para devolver el dinero. Con lo bien que le vendría a Íker Jiménez que le devolvieran los 140 euros de las cuatro chorripulseras que se puso el otro día para suicidarse con una sobredosis de fuerza, equilibrio, flexibilidad y estulticia supina.
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