Tienen que volver las navidades de antes. Estas de ahora son sólo una sombra, un quiero y no puedo, el eco de la copia de un intento de simulacro de las navidades de toda la vida. Y ya sabemos todos a qué nos referimos cuando usamos la expresión “de toda la vida”: a un pasado perfecto que se corresponde con esa infancia idealizada y feliz que no sabemos si vivimos o soñamos, eso ya es lo de menos. Que las navidades de antes eran las mejores no lo discute nadie. No hay más que ver la avalancha de anuncios que inunda la tele para darse cuenta de que se ha pervertido el auténtico sentido de estas fiestas.
Tienen que volver esos días lejanos en los que no estábamos todo el tiempo encerrados en casa. Ahora nos aislamos unos de otros y vemos la tele durante horas sin salir a compartir con los demás los entrañables momentos que dan el auténtico sentido a estas fechas tan señaladas. Antes no era así. Antes había dinero para salir todos los días a los grandes almacenes atiborrados de clientes y villancicos. Y podíamos comprar como locos todo lo que nos apetecía. Si encendíamos la tele en casa era sólo un rato, el necesario para ver los anuncios que nos dijeran lo que teníamos que ir a comprar después en aquella gigantesca explosión de alegría, luces de colores, despreocupación y consumismo que lo invadía todo.
Pero esos tiempos ya pasaron. La maldita crisis está matando las navidades de antes. Ya no podemos comprar todo lo que anuncia la tele. Ahora ver anuncios es sólo un sucedáneo, una triste forma de matar el tiempo que sustituye los añorados días de compras y consumo irreflexivo y feliz. Si es que hasta se echa de menos a aquellos agoreros cascarrabias que antes se pasaban estas fiestas criticando el consumismo porque decían que había acabado con el auténtico espíritu navideño de un tiempo idealizado y mojigato que en realidad nunca existió. Qué tabarra la suya.
La muerte de las navidades no me parece tan mala idea...
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