La desaparición de la niña Madeleine McCann es terrible, eso ya quedó claro hace tres años y medio cuando desapareció en Portugal y todas las televisiones se abalanzaron sobre el caso para contarlo con pelos y señales. Pero, a la vez, la desaparición de la niña Madeleine McCann es tan terrible como lo es la desaparición de cualquiera de los niños y niñas que desaparecen en el mundo cada día sin llegar a tener noticia de su existencia.
La noticia no está, pues, en la desaparición misma. La noticia está en que todos pensamos en la niña Madeleine McCann con que la tele nos diga tan solo el nombre de “Madeleine”, en que le llevan dedicadas más horas de emisión al caso que a la crisis económica mundial, en que ahora vuelven sobre el asunto por una nueva prueba que no prueba nada pero tiene el suficiente relumbrón como para rellenar unos cuantos minutos de petardeo televisivo alrededor de una mesa camilla, en que proliferan ahora los madeleinólogos igual que hace unos años proliferaban los yleniólogos especializados en la desaparición de Ylenia, la hija de Romina Power y Albano (¿te acuerdas, Lydia Lozano, de la vergüenza que tuviste que pasar para, partiendo de la nada y con tu solo esfuerzo, alcanzar las altas cotas de miseria en que te encuentras ahora?). Y, mientras Madeleine y Madeleine va, cientos, miles de desapariciones igual de terribles se olvidan.
No queda otra, los informativos y magacines con querencia al color negro que tanto abundan en la tele deberían añadir, a la habitual sección de sucesos sobre lo que sucede, una nueva sección de sucesos sobre los sucesos de las secciones de sucesos. La primera tendría los contenidos habituales, y la segunda informaría sobre por qué algunas cosas que suceden sí salen en los sucesos y otras no, por qué hay desapariciones que no terminan de desaparecer nunca y por qué otras desaparecen sin haber llegado a aparecer jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario