Si me pasó a mí, que soy un veterano, es que puede pasarle a cualquiera. Si todo el mundo dice que los encierros de San Fermín son peligrosos es porque lo son. Yo era de los que decía que había demasiados despistados sin conocimientos ni preparación suficiente para enfrentarse al peligro, que no sabían a qué se enfrentaban y por eso había tantas cogidas y tantos accidentes, pero ahora veo que ni el más experimentado veterano está a salvo.
Me preparé concienzudamente como cada año. Eché antideslizante en el mando a distancia para que no me resbalaran los dedos al hacer zapping, le puse pilas nuevas para que no fallara, cada mañana salí a correr e hice ejercicios con los dedos de ambas manos para estar en forma, estudié la parrilla de todas las cadenas para saber qué botones no debía apretar si quería evitar ser cogido por los encierros. Y el alcohol, ni probarlo. Fue inútil. El tercer encierro me pilló de lleno. La retransmisión en directo de la mañana la esquivé sin problemas. Las conexiones y reemisiones de los magacines matinales también. Los informativos me obligaron a entregarme al máximo, pero sorteé todas las noticias del encierro limpiamente. Pero en un descuido tonto, tropecé con los nuevos canales de la TDT. Me porté como un principiante e hice lo que no debe hacerse nunca. En vez de quedar tendido y protegido, intenté levantarme apretando el botón de “Canal 24 horas” para proseguir la carrera. El encierro del día en una repetición del Telediario me empitonó. Los rezagados son siempre los más peligrosos.
Si al menos me hubiera pillado por la visión periférica, pero no. La trayectoria de entrada partió de la fóvea de la retina, recorrió el nervio óptico, atravesó el quiasma y terminó en la zona occipital del cerebro, produciendo una visión clara y nítida de la curva de Mercaderes con Estafeta. Ahora debo guardar reposo y recuperarme. Y a ver si el año que viene presumo menos y ando con más cuidado.
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