No había visto "La jungla de cristal 3" desde su estreno a mediados de los 90. TVE la reemitió este viernes. Recordaba esta secuela como una película particularmente divertida, que confirmaba la potencia y la perfección del personaje de John McLane. En especial me acordaba de su primera mitad, con los enigmas que el malvado Simon va planteando a la policía, y de forma muy destacada la frenética carrera para llegar al sur de Central Park y así impedir que explotasen unas bombas colocadas en unos trenes. Era 1995 y ver las escenas de las bombas sacudiendo los vagones a la entrada de la estación despertaba un asombro fascinante: las nubes de humo inundándolo todo y llegando hasta la calle, los vagones saliéndose de las vías y arrollando a todas las personas que se encontraban en los andenes, Bruce Willis apareciendo entre el polvo lleno de magulladuras y soltando ironías ingeniosas. Por el contrario, me horrorizó ver esas escenas anteayer en La 1. Es 2010 y ya no fascina, ya no tiene puñetera gracia el clic que hace el vagón al llegar a la estación y que detona el explosivo. Bruce Willis emergiendo entre el humo parece un sarcasmo intolerable, una frivolidad que nadie se atrevería a cometer en el siglo XXI.
Que la realidad cambia la realidad puede parecer una perogrullada, pero no siempre se entiende en toda su complejidad. También discuten los consejeros si el arte imita a la realidad o es la realidad la que imita al arte. Lo único claro es que nadie se baña dos veces en el mismo río ni ve dos veces la misma película. Ni yo soy el que era en 1995 ni "La jungla de cristal 3" es en 2010 la misma película que era quince años antes. Sólo existe el cambio, más o menos vertiginoso, y ninguna escena vuelve a ser la misma escena para un espectador cuyos juicios se han ido rehaciendo día a día con cada una de sus experiencias en un mundo que sólo puede ser Historia en movimiento y respecto de la cual todo adquiere su significado. Será apasionante descubrir en qué nos hemos convertido "La jungla de cristal" y yo en 2025.
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