Me mareé e inmediatamente me di cuenta de la gravedad de lo que me estaba pasando. Escuchaba en la radio a unos sesudos comunicólogos debatir acerca de la trascendencia del apagón analógico cuando de pronto uno de ellos criticó el concepto de "canal temático" y defendió como alternativa el concepto de "canal targetizado". "Targetizado". Nada más oírlo me tapé las orejas en un absurdo intento de no contaminarme por la palabra, pero era obvio que si la había oído era porque ya había atravesado mis tímpanos y viajado a toda velocidad por mis nervios auditivos. Uno puede vomitar si descubre que acaba de tragar algún alimento tóxico, pero no hay forma de expulsar fuera de la cabeza las palabras en mal estado que escuchamos. Comencé a sentir que todo me daba vueltas, llamé al 112 y expuse como pude mi situación; abrí la puerta de casa y me desplomé en el vestíbulo. Ya en el suelo, escuché al comunicólogo asegurar que con la TDT se conseguía "un menor pixelado que con una solución satelital". Perdí la consciencia.
Lo siguiente que recuerdo es el fragor de unos seiscientos kilos de personal sanitario corriendo nerviosos a mi alrededor. Desmayo de nuevo. Y después la tranquilizadora charla con el neurólogo cuando horas más tarde volví en mí. Al parecer, la palabra "targetizado" se había quedado atascada en el cuerpo cingulado calloso ventromedial justo a la altura de la base hipotalámica adrenopitutitaria, lo cual había impedido que llegase al córtex y provocase quemaduras irreparables. Eran buenas noticias. La localización del cuerpo extraño permitía disolverlo mediante ondas de alta termofrecuencia infraacústica. Eso, o escuchar de forma masiva durante una semana el nuevo trabajo de Jorge Drexler, "Amar la trama", cuyas bellísimas palabras y sonidos podrían desintoxicar por completo mi sistema nervioso central y reparar los daños producidos por comunicólogos digitales terrestes targetizados. Elegí, obviamente, disolverme en la sabiduría del autor uruguayo. Cada trapecista soltó su trapecio y la noche cayó por su propio peso.
2 comentarios:
Yo sufro cada día la neo-lengua de los pedagogos. Lo peor es que me obligan a ponerla por escrito en programaciones, memorias de fin de curso y otros documentos perfectamente inútiles. Temo que en cualquier momento el daño sea irreversible.
Bellísimo el comentario final de Drexler.
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