Lo han maquillado un poco y ha vuelto. Esta vez en Cuatro se lo han currado más para que no los vuelvan a acusar de que los pueblos de “Perdidos en la tribu” no vivían en lugares suficientemente apartados ni estaban lo suficientemente aisladas del hombre blanco. Así que desde que anunciaron su vuelta recurrieron a expresiones como “terreno hostil”, “condiciones desconocidas”, “rituales extraordinarios”, “aventura irrepetible”, “desafío a la supervivencia” y “destino remoto”. Menos mal que no se les coló “marco incomparable”. Da igual. El problema del concurso es otro y cuando despierten verán que, como el dinosaurio de Monterroso, todavía estará ahí.
Podríamos decir que el problema radica en que la supuesta inmersión cultural de los participantes es imposible por mucho taparrabos que se pongan porque todos llevan consigo los anticuerpos de las tropocientas vacunas que les habrán puesto antes (y guardan en el fondo de la maleta su cartilla sanitaria porsiaca). Podríamos añadir que esa actitud de respeto con la que dicen visitar otras culturas es una majadería: “Hay una tribu que sitúa a la mujer en una posición inferior a la de los cerdos, en otra las mujeres piden ser fustigadas por sus maridos. Hay tradiciones que no entendemos y que nos hemos limitado a retratar con mucho respeto”, (¿respeto a quién, a los cerdos, a los maridos o a las mujeres?).
Pero no, el problema de “Perdidos en la tribu” es que hay que abrir más el foco para ver que, al completo, el programa debería llamarse “Hallados por la productora”. La familia vive acogida en una tribu porque mientras tanto la tribu vive acogida por el equipo de rodaje. Las familias se adaptan a las tribus mientras las tribus se adaptan a las necesidades del programa. Las familias deben obedecer al jefe de la tribu para conseguir su premio, pero, por encima, el jefe de la tribu debe obedecer al jefe de rodaje para conseguir el suyo.
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