Lo único bueno de ese espanto post-apocalíptico que estrenó Cuatro bajo el deíctico título de "After hours" fue descubrir que tengo deseos que no quiero que se cumplan. Parece contradictorio, es cierto, y yo mismo no me aclaro sobre lo que pueda significar el sintagma "deseos que no quiero que se cumplan". Si deseo algo es porque quiero que se cumpla. Si quiero que se cumpla algo es porque lo deseo. Pero basta la presencia en pantalla de Rafa Méndez para que la lógica más elemental de la vida que lleva rigiendo desde hace millones de años el curso de la evolución quede reconvertida en el código civil de la República de los Vampiros Bailarines.
Pero perdónenme, porque a lo mejor no saben muy bien de qué programa les estoy hablando. "After Hours" pretende mostrarnos un recorrido por los límites del sexo, del sexo extremo que en todas sus variantes más atrevidas se practica bajo la envoltura de la noche. Y como conductor de este descenso al mundo de la chacinería del látex la cadena del punto rojo ha elegido a Rafa Méndez, -este chico que baila-, cuya permanente afectación marciana es tan poco solidaria de la inmediatez y la elementalidad del deseo sexual como lo es Flipy respecto del humor inteligente.
Ahora entenderán mejor el primer párrafo. Porque propuestas como "límites del sexo", "sexo extremo" o "variantes más atrevidas" consiguen que Hank Moody y yo empecemos a dar saltitos de alegría y a sentir en las entretelas del deseo algo semejante a lo que es la fuerza de la gravedad en el mundo físico. Y, sin embargo, cuando asistimos a la consumación real de tales impulsos todo resulta de una sordidez aftercutre tal, de una horterez tan neobelenestebánica, de un erotismo todoaciénico capaz de hacerme preferir una extracción dental equivocada antes que participar en una de esas orgías de a perrona, intercambios de parejas o felaciones a desconocidos entre los arbustos de la Casa de Campo. Quizá lo fundamental en algunas fantasías sea su carácter fantástico. Quizá baste con escuchar dos frases de Rafa Mendez para entender lo mal que se llevan a veces el deseo y su satisfacción.
Por desgracia, vi algo de ese programa y me pareció bastante cutre. El del baile del gorila con acento entre pijo e italiano farlopero persiguiendo a pervertidos sexuales por los descampaos de madrid. Como un Callejeros con un tío de coleta poniendo caras extrañas mientras la gente folla.
ResponderEliminarMuy bueno lo del Flipy. Este verano pude corroborar por qué algunos lo llaman Flipypollas.
Ni me molesté en verlo..La presencia en la pantalla del presentador me agota, me cansa la vista...No puedo con él...y es que hay gente que debería quedarse toda la vida bailando los gorilas.
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