Está mil veces dicho: todos los programas tienen una ideología, nos venden una manera de ver las cosas, nos enseñan a entender el mundo de determinada forma. Normalmente lo que interesa a quienes hacen los programas es ganar dinero y la ideología de sus productos les da igual. Por eso podemos ver a personajes como Jorge Javier Vázquez defender con entusiasmo la telebasura de la que vive: en una tarde uno de sus programas deshace lo que un maestro de escuela trata de construir durante todo un curso, pero él gana bastante más, así que viva el tomate, la tomatuna y la tomatada.
En cambio hay otros –pocos– programas que se hacen con finalidad ideológica, vocación de servicio público y esas cosas tan pasadas de moda. “El coro de la cárcel” (noche de los lunes en La 1) nos acerca la vida de los reclusos con la sana intención de facilitar su reinserción. Ellos tienen una ilusión y nosotros, viendo sus afanes, dejamos de verlos como una amenaza y estamos más dispuestos a aceptarlos como iguales. Lo que no sé es si “El coro de la cárcel” se concibió con otra intención que sin duda cumple: contrarrestar la imagen tan habitual del delincuente atractivo, el chorizo simpático, el bandido encantador, el tipo duro que no respeta la ley al que todas las chicas quieren y todos los chicos imitan.
Los participantes de “El coro de la cárcel” son el contrapunto al Quimi aquél de “Compañeros”, al Iván de “El internado”, al Gorka de “Física o Química”. No son ángeles caídos porque nunca fueron ángeles, no tienen el encanto de los rebeldes sin causa que se enfrentan al mundo con una visión romántica de la desobediencia y la protesta, no son guapos y no visten a la última moda con un desaliño perfectamente estudiado. No causan fascinación ni son adorables ni despiertan el afán de emulación cuando cantan “A quién le importa”. Así que ahí lo tenemos: otro programa educativo que TVE emite en horario antiproletario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario