Mientras le tele analógica vive sus últimos días, la TDT crece y afila sus uñas publicitarias. En unos meses, las cadenas tienen que ser tan eficaces vendiendo espectadores a sus anunciantes como lo eran antes. Lo curioso es que ante el mismo problema, Telecinco y Antena 3 hacen justo lo contrario. Telecinco prefiere el disparo de precisión, la sofisticación de una bala certera; Antena 3 prefiere el ataque masivo, un bombardeo por saturación como el que usó Bart Simpson el día que atacó con globos llenos de agua a Nelson.
Sería sorprendente hacer lo mismo para solucionar problemas diferentes. Pero hacer lo contrario para solucionar el mismo problema puede ser peor, y más si está en juego un negocio millonario como el de la tele. La multiplicación de canales fragmenta la audiencia y cada vez hay menos espectadores viendo lo mismo, así que Telecinco opta por afinar, especializar sus canales, definir productos para diferentes públicos y vender a sus anunciantes grupos de espectadores cómodamente empaquetados según los perfiles que quieran comprar. Antena 3 es más bestia. Todos sus canales de TDT emiten a la vez los mismos cortes publicitarios con los mismos anuncios. Da igual que estén emitiendo una serie, un concurso o un informativo: haces zapping por sus canales y todos anuncian lo mismo a la vez. Venden a los anunciantes un revoltijo de espectadores, así que éstos emiten anuncios sin orden ni concierto. O sea, con el mismo criterio con el que Simon de Montfort dirigió los ejércitos papales que masacraron la población francesa de Béziers para acabar piadosamente con los herejes cátaros: “Mátenlos a todos, Dios reconocerá los suyos”.
¿Qué estrategia publicitaria prefieren padecer? ¿Prefieren morir de un disparo o de un bombazo? Javier Krahe elegiría la hoguera, claro, pero me temo que, en realidad, el futuro de la tele está en el veneno. Mañana se lo cuento.
El monje cisterciense Cesáreo de Heisterbach, que nunca conoció a los protagonistas, cuando escribió su Dialogus miraculorum treinta años después del fin de la guerra cátara, atribuye la salvaje orden al legado papal, el abad cisterciense y arzobispo Arnaud Amary o Amalric.
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