Digamos las cosas claras: los programas de cocina y de bricolaje son un timo. Engañan a los espectadores haciéndoles creer que son útiles y de eso nada. Jamás el arte de la cocina experimentó una divulgación como la actual en montones de programas y jamás se cocinó menos en las casas. Nunca se vio tanto por la tele cómo se hace una chapuza en el hogar y no somos capaces ni de cambiar la goma de cierre de un grifo (por favor, decidme que sí, que los grifos tienen una goma de cierre).
En muchas casas aún quedan cintas de vídeo de cuando Arguiñano empezó a cocinar y montones de hojas con recetas anotadas al vuelo que duermen olvidadas en alguna libreta de alguna carpeta de alguna de las estanterías del trastero con la etiqueta de “recetas fáciles”. Después vinieron las fichas. Y los libros. Y los DVD. Hacer rollos de jamón York relleno de patatas cocidas con mayonesa es tan fácil como cambiar los rodapiés del pasillo, pero la vida nos enseña que no vamos más allá de calentar la leche en el microondas para el desayuno y sustituir las bombillas fundidas… de vez en cuando.
Así que seamos realistas. Dejemos de perder el tiempo viendo estos programas que no nos sirven para nada y pongamos los cinco sentidos en ver “El último superviviente” en Cuatro y Discovery Channel. Tiremos tanta receta inservible y tanto briconsejo inútil para hacer sitio a unos cuantos archivadores en los que iremos clasificando por orden alfabético las estrategias que debemos utilizar para sobrevivir en cualquier lugar del mundo. Glaciares helados, cuevas con murciélagos vampiros, pantanos fétidos, volcanes activos, desiertos resecos, selvas inundadas, montañas inaccesibles, islas perdidas en medio del Pacífico. Bear Grylls se deja de tonterías y nos enseña un montón de cosas prácticas que nos serán útiles cualquier día de éstos.
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