Simplifiquemos. Hay dos tipos de personas, los que acompañarían a Michael Palin al este de Europa y se subirían con él a lo más alto del nuevo puente de Mostar (“La nueva Europa de Michael Palin: Guerra y paz”, Canal Viajar), y los que seguirían a Bear Grylls al desierto de Moab y estarían dispuestos a pelear con una serpiente por una sombra (“El último superviviente”, Cuatro, Discovery Channel). ¿Meditar en el puente de Mostar acerca de la estupidez de la guerra, o aprender a sobrevivir en el desierto? Simplifiquemos. Yo me quedo con lo primero.
Será que no soy un superviviente. Será que no tengo necesidad de pasar sed en el desierto, ni tengo ningún interés en competir con una serpiente por una sombra cochambrosa, ni me da la gana saber cómo encontrar agua en medio de la desolación más absoluta. Sin embargo, sí me considero un viviente. Por eso me interesa lo que pasó en Mostar y me gusta ver cómo los jóvenes se lanzan al río desde el nuevo puente, recientemente reconstruido. Simplifiquemos. Los supervivientes del desierto me aburren la hora, y los vivientes de la historia me alegran el día. Cuando veo a Grylls o a cualquiera de esos aventureros televisivos que, como MacGyver, son capaces de darse un banquete con cuatro insectos y un dedal de agua sucia, tengo la sensación de que tanto hiperrealismo es hipermentira. En el lujosísimo Reebok Sports Club de Nueva York, muchas personas suben un montón de pisos en ascensor y luego se dirigen al aparato que simula las escaleras para sudar un poco y fortalecer los glúteos. Qué tontería, ¿no? Digo yo que si uno quiere subir escaleras lo mejor es subir escaleras. Si para ir al desierto a pasar sed hay que coger un coche con aire acondicionado, mejor quedarse en casa.
Todos vivimos en un planeta con desiertos en los que poner a prueba nuestra capacidad de supervivencia y con ciudades como Mostar en las que poner a prueba nuestra capacidad de vivencia. Como decían los filósofos medievales, lo que se recibe, se recibe a la manera del recipiente. Los supervivientes reciben la realidad a través de un aparato que simula las escaleras en pleno desierto, y los vivientes reciben la realidad a través de un puente reconstruido en Mostar. Por simplificar, vamos.
3 comentarios:
Que Bueno! Felicidades!
Una columna muy buena!
Esto suponiendo que la mínima unidad de simplificación de las personas para su comprensión integral sea la sociedad. Pero a mí algunas guerras me parecen una recreación ficticia y gratuita de la verdadera lucha por la vida, que tiene lugar entre la sed y el hambre y el miedo a ser comido, en la tierra, pero no en las tierras.
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