Homer Simpson no es tonto porque sí. Es tonto porque tiene que ser más tonto que el más tonto de los telespectadores. Así se garantiza que todos seremos lo suficientemente listos como para darnos cuenta de sus tonterías. Pasa igual que con esos disparates en los exámenes que circulan por ahí: sólo tienen gracia cuando uno sabe cuál es la respuesta correcta. Y no es fácil reírse del sabor de los quarks, de los electrones zurdos o de si el término heterológico es heterológico o autológico.
¿Hasta dónde tiene que descender Homer? Para reírse cuando dicen que por Viena pasa el Vesubio azul no hay que saber mucho: qué río pasa por Viena, qué es el Vesubio y qué es el Danubio azul. Para que resulte simpático “El Sol emite rayos ultraviolentos” sólo hay que conocer que existen los rayos ultravioletas, poco pero algo. Pero para que resulte simpático ver a Homer exclamar “¡Es lógico!” y apuntar con interés que la basura hay que echarla al cubo de la basura y que la leche abierta debe guardarse en el frigorífico no hay que saber prácticamente nada: eso lo sabemos todos.
Vale, nos reímos cuando Bart, Lisa y Maggie son recogidos por los Servicios Sociales y mientras Homer está encantado aprendiendo obviedades en un curso en el que enseñan a ser mejores padres. Entonces, ¿por qué no nos reímos los viernes por la noche viendo cómo Cuatro emite “Ajuste de cuentas” y enseña a las familias lo importante que es gastar menos de lo que se gana porque si no las cuentas no salen? ¿Será por el mismo motivo por el que no nos reíamos hace unos meses cuando Cuatro emitía “Soy lo que como” y enseñaba a las personas lo importante que es no comer más de lo que uno necesita porque entonces las cuentas tampoco salen? ¿De verdad sabemos tan poco que necesitamos que alguien nos diga algo así? ¿Será por eso que Homer es siempre tan tonto como tiene que serlo en el capítulo: “Hogar dulce hogar tralarí tralará?
¿Qué ocurre aquí?
ResponderEliminar¿Nadie va a decir que al citar el título del capítulo de “Los Simpson”, justo al final, se abren comillas pero no se cierran?
¿Nadie va a pedir que lo escribamos correctamente 10 veces o expliquemos la regla ortográfica que se incumple?
¿Pero no era esto un “¿Dónde está Wally?” ortográfico?
Yo, por mi parte, no pienso volver a poner en evidencia ninguna falta ortográfica o de cualquier otra naturaleza que puedas cometer, porque, entre otras cosas, me da vergüenza corregir a un hombre que me dobla la edad, tan orgulloso que prefiere persistir en sus errores a admitir que se ha equivocado.
ResponderEliminar(…)
Hey, hey, vamos… ¿Estás llorando? Creo que algún granuja se ha olvidado de tomar el Orfidaaal… Antonio, ya sabes que, de todos modos, te voy a seguir leyendo.
(…)
Está bien, está bien, si me lo pides así, de rodillas y con esa rosa entre los dientes, te seguiré comentando...
(…)
Vaya, me sonrojas. Gracias… Yo... no sé qué decir. Pero creo que no.
[Extracto de una protoconversación entre Don Antonio y mí]
No me refiero a afirmaciones como "se vuelven a llevar las medias tupidas" o "llevar un pañuelo atado en el bolso es lo más in", no, no, no. Eso son tendencias, y son las tendencias las que siguen un desarrollo cíclico, no la moda. Yo creo que las tendencias, en caso de seguirse, debe ser por decisión propia y no por el hecho de que sea tendencia. Si algún día Manolo Blahnik viniera a mi casa y me dijera "estas sandalias son mi última creación, sólo hay este par en el mundo y estoy dispuesto a regalártelas... pero fueron diseñadas para ser puestas con calcetines. Esa es la condición", muy a mi pesar tendría que despedirme, con lágrimas en los ojos, de un deseable par de sandalias.
ResponderEliminarAsí que no quiero decir que esa combinación haya sido un error imperdonable, un daño a la vista ni una tortura. En mi (humilde) opinión, fue un atentado contra el buen gusto.
No podría mantener una larga conversación sobre Hume o sobre reglas ortográficas porque no reboso sabiduría en esos temas y me ganarías, pero sobre moda sí, de eso sí que sé.
Bah, se me olvidó añadir algo: ¡no recurro a los conocimientos aplicados para aprobar!
ResponderEliminar¿A que no me aprobarías con un 4,9 y habiendo demostrado que aplico las críticas de Hume a la vida?
Blanca, encanto:
ResponderEliminarAnte tu impertinencia acerca de que te doblo la edad se me han ocurrido dos respuestas posibles. Como considero que las dos son brillantes, he decidido escribirte ambas. Luego tú decides cuál te gusta más.
RESPUESTA 1
No es tan grave doblarte la edad. Si hoy te doblo la edad, hace diez años te la triplicaba, y hace trece te la cuadriplicaba. Era,por tanto, mucho peor. El paso inexorable del tiempo va a provocar que la ratio entre tu edad y la mía se vaya acercando a 1. Cuando tengas 450 años, yo tan sólo tendré 1,04 veces tu edad.
RESPUESTA 2
¿Cómo que yo te doblo la edad? Eso es falso. Yo nunca le he hecho nada a tu edad. Ni la he doblado, ni la he roto, ni nada. Tu edad ya estaba así cuando yo llegué. Es más, de hecho, ni siquiera he llegado todavía.
La verdad es que, una vez escritas, la respuesta 1 me parece mejor que la 2. No sé qué te parece a ti.
Antonio, rico:
ResponderEliminarDecirte que me doblas la edad no tiene por qué ser una impertinencia, sino una verdad más grande que un puño. Una verdad relativa, vale, pero a fecha de 20 de Abril de 2008, a las 17:47, Antonio Rico era 20 años más viejo que mí, con un error de más-menos… En fin, eso calcúlalo tú si puedes.
Es bastante evidente que prefiero tu primera respuesta, pero no le resto valía a la segunda contestación, puesto que te habrá llevado un tiempo largo redactarla debido a la, con toda seguridad, incipiente merma de tu capacidad cognitiva. La edad no perdona.
[Todo esto te lo digo en clave de humor. Por favor, no vuelvas a llorar por mi culpa.]
Dos monjes paseaban por la orilla del río, el viejo maestro y el joven aprendiz. A cierta altura se encontraron con una joven que quería cruzar el río pero no se atrevía porque tenía miedo de la corriente. El monje viejo no lo dudó ni un segundo y cogió a la joven en sus brazos para llevarla a la otra orilla, mientras el joven contemplaba la escena atónito, pero por respeto a su maestro no osaba decir nada.
ResponderEliminarHoras más tarde, el monje joven no pudo resistirlo más y por fin habló:
- Maestro, siento el atrevimiento, pero llevo horas dándole vueltas. ¿Cómo es posible que haya cogido a esa joven en brazos, si nuestra religión prohíbe tajantemente cualquier tipo de contacto con una mujer?
Sereno, el maestro respondió:
- Hijo, yo dejé a esa mujer en la otra orilla del río hace horas, y tú todavía estás con ella.
Antonio, nosotros dejamos tus tremendas faltas ortográficas hace columnas, y tú todavía estás con ellas.
Y a juzgar por las molestias que te has tomado escribiendo esa fábula Antonio Rico no es el único que todavía está con ellas...
ResponderEliminarPor otra parte me gustaría hacer una petición personal al autor de este blog: me gustan mucho tus columnas y te leo desde hace tiempo, pero me produce verdadera incomodidad leer algunos comentarios, bien por simples bien por pedantes. Por favor, no entres al trapo de comentarios como los que están publicados en esta página. No pretendo ofender a nadie y no voy a responder a ninguna provocación, pero es que me agotan tantas impertinencias y niñerías. Ya sé que puedo elegir no leerlas. No es necesario que nadie me lo diga.
Aaaaish David, no todos tenemos la "suerte" de estar in medio virtus ni de llamarnos como aquel gnomo legendario. Te envidio.
ResponderEliminar¿¿Por qué todo el mundo está empeñado en que este blog sea serio, sobrio, adulto y sofisticado??
ResponderEliminarDavid, espero tu no respuesta como confirmación de tu coherencia, pero aún así: no me he tomado grandes molestias con esa fábula más que transcribirla, y tecleo rápido.
Pero creo que tienes razón en lo de los comentarios simples y pedantes, aunque pienso que es algo irrenunciable en estos contextos. Hacienda somos todos.