Si sabemos más que los sabios de la antigüedad no es mérito nuestro. Lo dijo el filósofo Bernardo de Chartres en el siglo XII: “Somos como enanos a hombros de gigantes”. Esta idea feliz tuvo un largo recorrido y llega al presente, pero es especialmente conocido el escrito que Isaac Newton dirigió a Robert Hooke en 1676: “Si he logrado ver más lejos es porque he subido a hombros de gigantes”. El maestro Bernardo y Newton miraban al pasado y se consideraban, en su modestia, enanos. ¿Y si le damos la vuelta a la cita, miramos al futuro y nos consideramos gigantes? ¿No debería esto acentuar la responsabilidad que tenemos con las próximas generaciones?
Cuando encendemos la tele en una casa con niños tenemos dos posibilidades. O subimos a los niños a nuestros hombros para que vean más lejos o los amarramos a nosotros para hundirnos juntos. Mientras existió “Aquí hay tomate” fue uno de los programas más vistos por los niños porque sus padres y sus abuelos lo ponían en la tele dispuestos a hundirse con los niños amarrados a ellos. Luego rezarían un par de “No hagas lo que hago sino lo que digo” y se darían por absueltos.
Hace unos días nos enteramos de que una pareja de británicos sordos que ya tiene un hijo sordo quería recurrir a la selección genética para asegurar que su próximo hijo también lo fuera: “Ser sordo significa formar parte de una minoría lingüística. Estamos orgullosos del lenguaje que utilizamos en la comunidad en que vivimos”. El empeño de arrastrar con uno a la siguiente generación puede ser contumaz. Dejemos que el lenguaje una en vez de aislar, que los que vienen detrás se suban a nuestros hombros y nos pisoteen. Si el sexo es un mecanismo biológico eficaz es porque garantiza que la siguiente generación será diferente a la anterior y puede que, aunque sólo sea por azar, vea más lejos.
Y ahora, encendamos la tele.
1 comentario:
"Lucha de gigantes, convierte, el aire en gas natural, un duelo salvaje a muerte...", es que como con el artículo estoy de acuerdo, pongo lo que me evoca el título!
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