Durante siglos una leyenda aseguraba que bajo la cúpula del gran templo de Benarés unos monjes laboriosos dedicaban su vida a transportar 64 discos concéntricos insertados en una varilla hasta otra varilla con ayuda de una tercera siguiendo ciertas reglas preestablecidas. Se trata de un viejo acertijo matemático llamado "torres de Hanoi". Cuando finalmente los monjes terminasen su tarea el templo se vendría abajo y, ya puestos a hacer obra, el resto del universo desaparecería también con el visto bueno de Brahma. No había que preocuparse, unas torres de Hanoi con 64 discos se completan con 18.446.744.073.709.551.615 movimientos, lo cual hacía suponer que los monjes iban a seguir atareados un buen rato. Hasta ahora. Un amigo acaba de venir de allí y me cuenta que la leyenda ha cambiado. Ahora los monjes ya no mueven discos, sino que repasan meticulosamente la programación televisiva del planeta: en el momento en el que no quede ni un país del mundo en el que se emita "La ruleta de la fortuna" el cosmos quedará pulverizado.
Esta segunda leyenda me tranquiliza más que la primera. Los monjes de las torres de Hanoi terminarían su tarea tarde o temprano (vale, tarde, pero la terminarían). Pero imaginar un universo sin "La ruleta de la fortuna" seguro que atenta contra alguna ley de la física unificada. Mismamente en España la ruedita multicolor lleva girando en el mediodía de Antena 3 desde que existen registros escritos sobre estas cuestiones. Gobierna Zapatero y existe "La ruleta", gobernaba Aznar y existía "La ruleta", gobernaba Azaña y existía "La ruleta", los dinosaurios se daban dentelladas en una Pangea que empezaba a fraccionarse y ya Jorge Fernández animaba a un concursante a resolver un panel que bajo el título de "Refrán" contenía el texto "Dime con quién andas _ te diré quién eres". En tiempo de mudanza siempre es saludable dejarse acunar un ratito por los fundamentos más estables de la televisión más básica. "La ruleta de la suerte", el gran templo de Benarés de la pantalla, seguirá para siempre levantado a orillas del Ganges.
A mí también me gusta mucho Miki Nadal.
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Haloperidol, vía oral, 80-100 mg al día. De verdad, hace maravillas.
ResponderEliminarHaloperidol.
ResponderEliminarAhora ya sé que es un antipsicótico y no un antidepresivo.
Hace mucho, mucho tiempo, en un lejano lugar, alguien sentenció que los borrachos, los niños, los locos y el tío Camuñas dicen siempre la verdad.
ResponderEliminarAntonio, tu comentario denota que te has percatado de que "Sé lo que hiciste en el último blog".
PD: Orfidal, un comprimido dos veces al día. De verdad, hace maravillas.
Mi comentario no denota que te hayas percatado de nada. Como mucho, lo connota. Y lo connota bien, compañeru, porque diste en el clavo. A ti te querría ver yo escribiendo 600 columnas al año. Se hace lo que se puede.
ResponderEliminar¿Dos orfidales al día? Por dios, ésa es una dosis que tomábamos en los ochenta.
No te enfades, Antonio Rico, y entiende que mi labor de comentarista de blogs tampoco es sencilla. Aunque, si lo prefieres, a partir de ahora puedo hacer como otros muchos y dedicarme exclusivamente a ensalzar tus virtudes. Sí, podría hacerlo, sería bonito, pero no caerá esa breva ("no caerá esa breva": loc. con que se denota falta de esperanza por conseguir lo que se desea).
ResponderEliminarSi te soy sincera, no sé mucho acerca del Orfidal ni de ningún otro psicofármaco. ¡Ay! Yo tan solo quería impresionarte con mis conocimientos wikipedianos. Menuda vergüenza...
¿Los psicofármacos como el Haloperidol o el Prozac, fueron probados mediante experimentación animal?
ResponderEliminar¿No hay un libro que habla de eso? No recuerdo el título pero trataba de algo así como "humanizar" la vivisección. (En mi opinión es un engaño, la mejor manera de humanizar la vivisección sería abolirla).